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Desafinado

Tres notas musicales

Por Manuel Ortega

Gómez Pereira vuelve a la comedia, tras el interesante traspiés que supuso Entre las piernas, demostrando que se siente más cómodo dentro de la sátira que de la intriga. Su trayectoria hasta ese título se había consolidado de forma ascendente, pasando de las buenas intenciones pero poco más de Salsa rosa a la mirada más adulta y menos cómica de ¿Por que lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, de la postura ácida y nada complaciente de Todos los hombres sois iguales a la ajustada mezcla de la comedia clásica americana con elementos consustanciales de nuestro humorismo patrio de Boca a boca, de la llegada a buen puerto de la comedia sofisticada e inteligente de El amor perjudica seriamente la salud a el salto mortal con red del cambio de registro de Entre las piernas.

Desafinado es summa y a veces "resta" de sus virtudes y defectos. Es una comedia, llamémosla ingeniosa, que hace recaer todo el peso fundamental en actores de campanillas. El tridente (empleemos términos futbolísticos) funciona con solvencia y profesionalidad, aunque a veces no les llegan buenos balones (diálogos) y en ocasiones caen en fuera de juego (situaciones) gracias a un guión que está por debajo de sus interpretes. Un guión efectivo, afectivo y festivo, no obstante.

El papel más agradecido recae sobre las espaldas de Joe Mantegna, que no desaprovecha la ocasión para hacer una exhibición portentosa de su talento. Se come a todos cuando aparece en escena que su sardónica presencia. Sólo le hace sombra una impresionante, en todas las acepciones posibles del término, Claudia Gerini.

Desafinado pone en solfa, mediante la variedad de opera bufa, a los famosos tres tenores, personajes llevados aqui hasta el extremo: conspiradores, ombliguistas, canallas, peseteros, traidores, adúlteros... A pesar de este retrato no muy favorable, no llegan a la siniestralidad y a la estulticia de los originales y tronados gritadores, aunque se le agradece el guiño y se le devuelve.

Aprovecha Gómez Pereira para cuestionar la cultureta oficial, para ahondar en la vanidad y en la incapacidad de trabajar en grupo de ciertos personajes, para mostrarnos que poderoso caballero es Don Dinero cuando se mezcla con el arte. Lastima de ese final fallero, de esas ridículas y fuera de lugar escenas que abren y cierran la función y de la de Aiello cayendo sobre sus deposiciones empujado por los perros de Hamilton. Parece que se pretende con estas tre escenas que la comedia sofisticada fuera compatible con el negro esperpento que tanto bien hizo para el cine español en los 60 y en los 70 de la mano de Berlanga y Ferreri, pero que hoy en día sólo sirve para dilapidar el crédito de Azcona. Y no viene al caso

   

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