Contra el imperio de la droga: Por más
que los criminales resulten seductores y den lugar a magníficos
personajes en la gran pantalla, el cine también ha tomado
en muchas otras ocasiones partido por los agentes de la ley, esforzados
defensores del orden establecido. La mayoría de las veces,
los narcotraficantes se limitan a ejercer de malos y la droga
es poco más que un McGuffin, por utilizar la terminología
de Hitchcock.
Tras la caída del muro de Berlín,
James Bond se vio obligado a sustituir la amenaza roja por un
malvado narco en Licencia para matar, la última
película de la serie que protagonizó Timothy Dalton.
Del mismo modo, el antagonismo entre policías y traficantes
ha dado lugar a infinitud de títulos de escaso interés,
como Tango y Cash, Arma Letal 2 o la reciente Juego
de confidencias.
Sin
embargo, a esta corriente también pueden adscribirse algunas
películas de indudable mérito. Entre ellas, mención
aparte merece French Connection, de William Friedkin, en
la que un detective interpretado por Gene Hackman remueve cielos
y tierra para atrapar al narcotraficante internacional encarnado
por Fernando Rey.
Una rayita ocasional: En todo caso y al
margen de thillers e intrigas policiacas, la droga es ante
todo un fenómeno social al que el cine no puede sustraerse.
El hachís, la cocaína o la heroína aparecen
muchas veces como sustancias que se encuentran en el entorno de
los protagonistas de la ficción cinematográfica,
ya sean periodistas (Tinta
roja), cineastas (Martín Hache), criminales
(Pulp Fiction), o estrellas del porno (Boogie Nights).
En estos casos rara vez se entra en consideraciones más
profundas sobre las drogas, que aparecen más que nada como
elementos meramente descriptivos o pintorescos.
La adicción: Muhas veces las drogas
constituyen un serio problema social, y eso es algo que no pasa
inadvertido a algunos cineastas comprometidos. Así sucedía
con La
ciudad está tranquila, de Robert Guèdiguian,
en la que Ariane Ascaride interpreta a una mujer entrada en los
cuarenta que se ve abocada a la prostitución para satisfacer
la necesidad de heroína de su hija. Con un tono algo más
irónico aunque no por ello menos riguroso afrontaba el
problema Trainspotting, de Danny Boyle, de la que queda
en el recuerdo la impactante escena del "mono" de Ewan
McGregor. También Réquiem por un sueño,
de Darren Aronofsky, mostraba el lado oscuro de la adicción
a través de cuatro historias muy distintas.
Con sus altos y sus bajos, la relación
del cine con las drogas es una adicción que va ya para
los cincuenta años, y que nada indica que vaya a cambiar.
Aunque, teniendo en cuenta la altísima calidad de algunas
películas adscribibles a este subgénero, sólo
queda alegrarse y esperar que la relación se mantenga aún
muchos años más.
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