Durante muchos años, el cine consiguió
mantenerse alejado del mundo de las drogas. En la época
dorada de Hollywood, ni siquiera los gángsters se acercaban
al narcotráfico, una actividad condenada por el código
de honor del hampa. Incluso en El Padrino, Marlon Brando
se negaba en redondo a dedicarse a "cosas de negros";
también en Uno de los nuestros los capos de la mafia
italiana prohibieron a Ray Liotta traficar con cocaína.
Pero, como ambos casos atestiguan, no siempre resulta fácil
resistir la tentación.
El
cine estadounidense descubrió las drogas a mediados de
la década de los 50, en una época en la que la desintegración
del sistema de los estudios y la renovación temática
que trajeron consigo las nuevas ficciones televisivas orientaron
a Hollywood hacia un tipo de películas de corte social.
Mientras Blake Edwards relataba los estragos del alcoholismo en
Días de vino y rosas, Otto Preminger se atrevió
con un tema algo más controvertido, haciendo de Frank Sinatra
un adicto a la heroína en El hombre del brazo de oro.
Luego llegaron los 60, con su sexo, drogas y rock
and roll, y estas sustancias quedaron definitivamente ligadas
a la historia del cine. Desde entonces, el séptimo arte
se ha asomado al mundo de las drogas desde muy distintos puntos
de vista y con tonos también diversos, desde el thriller
al drama o el biopic. Traffic, Réquiem
por un sueño y Blow son sólo tres recientes
ejemplos de las fluidas y fructíferas relaciones que el
cine mantiene con la drogadicción.
Ángeles caídos: No importa
que en su momento fueran más grandes que Jesucristo, muchos
son los narcotraficantes de la gran pantalla que han terminado
cayendo en desgracia. Una fría celda, el exilio o incluso
una bala entre ceja y ceja son las sorpresas que el destino depara
a los capos de la droga. Y es que, en definitiva, el crimen se
paga, y muchos de estos criminales no saben cuándo retirarse;
otras veces, la retirada no es una opción.
Al Pacino ya pasó por esto en Atrapado
por su pasado y El precio del poder, un remake
del clásico Scarface dirigido por Brian De Palma
en el que las drogas sustituyen al alcohol. También Ray
Liotta aprendió esta difícil lección en Uno
de los nuestros, biopic del mafioso arrepentido Henry
Hill. Sin embargo, a dos de sus compañeros de fechorías,
Robert De Niro y Joe Pesci, no les debió de quedar tan
claro, pues cometieron este mismo error apenas cinco años
después en Casino, también de la mano de
Martin Scorsese. El último en apuntarse a uno de estos
cursillos de aprendizaje rápido ha sido Johnny Depp, que
protagoniza junto a Penélope Cruz y Jordi Mollà
la recientemente estrenada Blow,
donde da vida al traficante de cocaína George Jung.
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