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Una imagen de La camella blanca

 Una imagen de La camella blanca

En busca de un arte del cine más allá de terminologías

El festival de cine documental Punto de Vista celebra su tercera edición en Navarra

Penélope Coronado

Punto de vista. Ideario.

“En el centro de la creación reposa lo real, la semilla de todo arte”. Estas palabras abren el ideario de Punto de vista, festival navarro que por tercer año dedica su programación al documental. Pero, lo dice también su ideario, Punto de vista es algo más que un festival de género: “es un lugar de encuentro de espectadores, cineastas y teóricos en torno al cine documental y a todas las manifestaciones fronterizas y heterodoxas de la no ficción”. En Pamplona, entre el veintitrés de febrero y el tres de marzo, han podido contemplarse obras “en torno a la capacidad del cine de registrar el tiempo“, trabajos de autores con el compromiso de “reflexionar sobre la realidad, el registro y la representación de la realidad a través del cine”. No deja de ser quijotesco el empeño: reivindicar un cine periférico –a pesar de haberse extendido en los últimos tiempos–, pequeño, sin grandes celebridades ni a un lado ni al otro, prácticamente innencontrable –aún en los tiempos que corren–, y de una lírica especial –nunca fueron buenos tiempos para ella–; demostrar la cualidad única del cine para expresar toda clase de reflexiones, grandes historias o historias mínimas, puntos de vista a través de texto e imágenes. Y es que éste es además un espacio donde se pretende “suscitar el debate y la reflexión teórica”, también la política, me atrevería a añadir porque uno de los mejores atributos del género es su condición de combativo y libre. Afortunadamente, todavía quedan algunos románticos amantes del documento y la memoria. Punto de vista nos recuerda todas las maneras en que la realidad se puede convertir en material ficcionable (el ser humano tiene el extraño defecto de ficcionar aquella realidad que le ocurre, al hombre le gusta narrar y dramatizar el más mínimo acto cotidiano), en una más o menos breve aproximación al arte.

Punto de vista. Ejemplos de material ficcionable.

Pero entremos al detalle. Vayamos a algunos ejemplos concretos de documental, aun no siendo ésta la denominación que goce de la aprobación terminológica entre los propios documentalistas. Cito y describo algunos títulos de esta última cosecha de, llamémosle, cine documental o manifestación fronteriza y heterodoxa de la no ficción.

For ever, de Heddy Honigmann, film que abrió el certamen. Un relato circunscrito a un cementerio, a sus habitantes: los vivos y los muertos. En Père Lachaise se dan encuentro Chopin con una debutante pianista japonesa, el poeta iraní Sadeq Hedayat con un taxista aficionado a la canción persa, Marcel Proust con un coreano que le lleva madalenas y con un ex marido que para fastidiar a la ex mujer decide ilustrar En busca del tiempo perdido en viñetas; además están el guía que conoce los más mínimos secretos del cementerio parisino y la señora excéntrica que limpia con frecuencia las tumbas de Apollinaire, de Mondrian, Montand, etcétera. Un emotivo documento que, desde el intimismo, demuestra un especial instinto para describir la vida, la muerte, el arte; eso sí nunca se va a ver la celebérrima tumba de Jim Morrison, sólo se nos van a mostrar algunas sutiles maneras de llegar hasta ella.

Nuestra América, de Kristina Konrad, otro ejemplo de cine reflexivo e íntimo. Un film de búsqueda, de reflexión sobre el tiempo transcurrido. Un viaje inverso: a los documentos que Konrad filmó, en blanco y negro, en tiempos de lucha sandinista se oponen las imágenes, a color, de Nicaragua ahora. A partir de una fotografía, la directora y autora de la foto emprende un viaje en busca de las dos retratadas, dos mujeres combatientes que, en el metraje de película correspondiente a la foto, hablan de libertad e igualdad, una de ellas recita unos exaltados versos de Rubén Darío. En el trascurso, la directora retrata la Nicaragua de hoy, su falta de ideales, el descrédito al que se aparca lo que ocurrió allí hace veinticinco años: es especialmente simbólico el momento en el que, al encontrarnos a una de las protagonistas de la foto, descubrimos que no ha contado nada a su hijo de ese pasado combatiente. Un diario de viaje o una pequeña aproximación a la pérdida de los ideales y las utopías.

Can Tunis, de José González Morandi y Paco Toledo, un documento antropológico y callejero sobre los habitantes de la barriada barcelonesa de Can Tunis. Las historias filmadas en digital de una trouppe de gitanos que se han visto desahuciados de sus casas, que no quieren desprenderse de sus casas a pesar de –precisamente por– su singular y chabolesca arquitectura: la excusa del film son las ruidosas y espontáneas manifestaciones en demanda de vivienda porque en la zona está ocurriendo una expansión inmobiliaria. Transversalmente, vemos su quehacer cotidiano, sus ceremonias, el fin de año gitano. Un film coral que da algunas pistas de por qué, más allá de los tópicos, esta raza anárquica y autónoma se resiste a seguir las reglas establecidas, a asimilar la vida dentro de un piso de payo.

Radiophobia, de Julio Soto, un film de horror documental, el viaje a los restos de Pripyat, la ciudad soviética construida por y para la tristemente celebérrima central nuclear de Chernóbil. Algunos supervivientes de la catástrofe vuelven a esta ciudad fantasma, abandonada durante veinte años, donde ocurrieron errores y se dejaron por decir demasiadas cosas. En las ruinas, los protagonistas relatan su experiencia, expresan su nostalgia, su rabia. El estilo del film es tajante en el texto y detallista en las imágenes, el resultado es satisfactorio e inquietante.

Last thoughts, de Kevin Henry, la herencia que un abuelo deja a su nieto, y el homenaje que le hace éste al otro. Un documental en dos direcciones: por un lado la voz cansada del abuelo hablándole de sus anécdotas juveniles a una grabadora, cuando quiso atravesar los Estados Unidos en tren, por el otro las imágenes del viaje que emprende el nieto en busca de esos mismos lugares a día de hoy. Las imágenes que filma Henry son bellas estampas de la América recóndita que invitan a la contemplación, casi siempre van a saber combinar con las palabras; se echa de menos quizá una dirección hacia la que dirigirse después de recorrer tantas anécdotas y kilómetros.

La camella blanca, de Xavier Cristianes, un experimento que utiliza el diario –y presuntamente la formalidad de Chris Marker– para narrar una historia muda y futurista, formalmente próxima al documento aunque su temática esté dentro del marco de la ciencia ficción, con más pretensiones que resultados palpables; Un viaje de Dimitry Shostakovich, de Oskana Dvornichenko y Helga Landauer, que hace un retrato del compositor y narra el último viaje que realizó desde la URSS a Estados Unidos; En caso de emergencia, de Knut Karger, que plantea la duda razonable de por qué el gobierno de en este caso Alemania mantiene activos sus sistemas defensivos aun en tiempos de paz a este lado del mundo.

Además Punto de vista hizo su especial homenaje a Joaquín Jordà: del recientemente fallecido cineasta se proyectó en el acto de inauguración Más allá del espejo, su último documental; y en un pase especial pudo volver a verse el último trabajo procedente de la factoría Querejeta, Goodbye América, film premiado por el jurado Tiempo de Historia de la pasada Seminci vallisoletana. Producido por el máximo exponente de la industria documental en nuestro país, máximo opositor también del término genérico “documental”, la película de Oskman nos relata en lo que dura una sesión de maquillaje las vivencias políticas del actor y activista Al Lewis. Un film que llevaba cinco años construyéndose y que fue evolucionando al tiempo que Al Lewis se extinguía. El testamento fílmico de un contestatario magnífico y sin pelos en la lengua, que aprovechaba cómicamente de su faceta de popular abuelo de la familia Monster.

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