Pequeña gran aproximación al cine asiático
El Barcelona Asian Film Festival 2005 estrenó los nuevos trabajos de Hirokazu Kore-eda, Hou Hsiao-hsien y Jia Zhang-ke
Penélope Coronado
Barcelona. Durante diez días se ha estado exhibiendo cine hecho en las antípodas. Posiblemente, la única oportunidad de ver algunas muy buenas películas. Sus títulos: Nadie sabe, Café Lumiere, The World, The taste of tea y Green hat, film que finalmente premió el festival. También en el BAFF se ha exhibido el gran premio del jurado del pasado Cannes (Tropical malady, de Apichatpong Weerasethakul), animación nipona, películas de cinematografías tan desconocidas como son las de Tailandia, Malasia, Kazajastan o Indonesia, algunas bravuconadas como Evolution of a filipino family, ese film de Lav Diaz Filipinas que dura diez horas y, para cerrar festival, un musical de Bollywood.
De entrada, uno hojea el programa de mano del BAFF y, si no es un experto en la emergente y variadísima cinematografía asiática, le suena todo bastante a chino. La primera lección para aproximarse a este cine minoritario y poco exhibido, porque los que distribuyen no están por la labor, es sencilla. Basta memorizar los siguientes nombres: Hirokazu Kore-eda, Hou Hsiao-hsien y Jia Zhang-ke, respectivos autores de las respectivas Nadie sabe, Café Lumiere y The World. El primero es el responsable de ese film que ya nos dejó KO en la pasada SEMINCI vallisoletana. El japonés nos contaba una tragedia cotidiana que llega ahora a las salas comerciales. Entre cuatro paredes, cuatro hermanos sobreviven. Al principio todo da la sensación de juego, a mamá se le ocurrió la divertida idea de meter dentro de las maletas a los hermanos más pequeños, mejor que el vecindario sólo sepa de la existencia de Akira. De puertas para afuera, Akira es el hijo único de una madre inicialmente simpática. De puertas para adentro, Akira es el hermano, adulto antes de tiempo, que trata de suplir a una madre constantemente ausente, ebria las más de las veces. El juego, naïfmente descrito en imágenes (salvo la insinuada prostitución, Kore-eda jamás se refocila en lo lacrimógeno o fácil), se torna tragedia conforme los cuatro hermanos se pudren entre cuatro paredes, en su propia ciénaga. Y como la película es japonesa, todo termina y empieza en los trenes.
Los trenes son también parte importante, imprescindible, en Café Lumiere y The World. Los trenes se mueven, van de un lado a otro, las personas se quedan, no van a ninguna parte. Los trenes significan además un homenaje a Ozu, hombre de la cámara que asociaba trenes a industrialización y a cambio en las costumbres. Como los de Cuentos de Tokio, los personajes de Café Lumiere siguen calzándose y descalzándose cada vez que salen o entran a la casa. En el Tokio actual, la reunión familiar se reduce a dos padres y a una hija que tienen poco que contarse porque sus vidas transcurren prácticamente sin hitos, y no parece que ninguno tenga demasiado afán en hacer cambiar el rumbo de las cosas. La economía en los diálogos, los silencios, lo que se cuenta dentro y fuera del encuadre, lo no dicho, y además un leit motiv sonoro de trenes y ese enjambre de raíles dibujados a ordenador que añaden una nueva textura al film, componen toda una galería de recursos fílmicos, a los que el cine de rápido consumo nos tiene poco acostumbrados, que Hsiao-hsien emplea sin prisas, con el pulso del que construye castillos de naipes.
Jia Zhang-ke es el tercer nombre imprescindible en este BAFF 2005. En The World nos describe un puñado de vidas malvividas, orquestadas por una joven sin papeles que trabaja de atracción para turistas en un parque temático de Pekín. The World es un mundo a pequeña escala, y Zhang-ke nos enseña su backstage (los que están del otro lado, los turistas, se reducen a unos cómicos personajes que se fotografían sosteniendo una torre de Pisa facsímil). Ya desde esa descriptivísima obertura en que la cámara sigue a la protagonista, que busca una tirita por entre camerinos, notamos que todo se mueve constantemente en The World. El monorraíl que circunda el parque, el ascensor que sube y baja por una chaparra imitación de la torre Eiffel, otra vez los trenes, todo se mueve, excepto los personajes, sus vidas. A la protagonista, y a casi todos los personajes que pululan por el film (exceptuando a aquella que sabe cómo rentabilizar sus buenas relaciones con el jefe), les cuesta prosperar en un país fagocitado por el capitalismo. La gente son prácticamente números, moneda de cambio y un puñado de deudas (brutal momento el de la carta que escribe el difunto peón), el color sólo aparece cuando el director chino se lanza y usa unas cortinillas que ilustran, con dibujos animados, los mensajes de móvil; o en los espectáculos de luz y vestuario que protagonizan estas chicas que trabajan casi en régimen de esclavitud. En The World, Zhang-ke es algo así como un narrador de lo precario, un cineasta que narra con una suerte de literatura fílmica.
De aconsejable memorización son también otros dos nombres de este BAFF (confiemos en que sigan dando próximamente de qué hablar), y los dos tienen buen currículum. Katsuhito Ishii (que se ocupó de la animación de Kill Bill vol.1) es el responsable de The taste of tea, un film que es pura imaginación, una película llena de cosas, con personajes bastante más que pintorescos, un lindo y originalísimo film de realismo mágico nipón. El segundo nombre es el del debutante Liu Fendou (que escribió el guión de La ducha). Green hat, su primer film detrás de la cámara, es una audaz historia que gira en torno a la infidelidad (a los cuernos, en China, se le llama poner el sombrero verde), primero tiene el aspecto de film policiaco, luego muta en un drama matrimonial. Por lo demás, decir que, a excepción de algunas películas olvidables que insisten en hacer el tipo de cine que ya hace insistentemente la industria de este lado del mundo, el BAFF 2005 ha sido una bonita aproximación a un cine, el de Asia, geográficamente distante (confiemos en que cada vez lo sea menos).
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