Una herida sin cerrar
Elia Kazán dirigió en 1954 una de sus películas más reconocidas, como una soslayada justificación de sus delaciones durante la "caza de brujas"
David Montero
Con más frecuencia de la que se cree, el talento y la inteligencia dejan paso
a la traición y a la cobardía. Dos buenos ejemplos, insoslayables
en estos días, son los casos de Leni Riefenstahl, culpable de poner su
talento al servicio del regimen nazi, y el de Elia Kazan quien, temeroso de
que le alejaran para siempre de su profesión, ávido también
de venganza personal, aceptó delatar a antiguos companeros del partido comunista
durante la “caza de brujas”, ganándose con ello el favor
del sistema. El miedo suele actuar como la coartada que aprieta el gatillo y,
tras la detonación, sólo queda la conciencia, la necesidad de
calmar una herida que suele seguir abierta mas tiempo del que queremos admitir.
Tras ceder a las presiones de la Comision de Actividades Antiamericanas (HUAC),
dirigidas implacablemente por el senador MacCarthy, Kazan justifico de inmediato
su postura y despues guardo un silencio de muchos años, arrepintiéndose
en contadas ocasiones, sin aspavientos, y lamentando íntimamente su traición.
Sin embargo, de su pataleta inicial salió La ley del silencio (1954),
un filme sobre la necesidad de hablar, de tomar responsabilidades, de delatar
si es necesario. En pocas palabras: una justificación.
La película, ambientada en el mundo de los estibadores neoyorquinos,
rondaba la mente de Kazan desde finales de los cuarenta, aunque fue rechazada
en varias ocasiones por los principales estudios de Hollywood. Finalmente, una
serie de artículos firmados por el periodista de “The New York
Sun” Malcolm Johnson arrojaron nueva luz sobre los abusos y las corruptelas
de los muelles de Nueva Jersey y actuaron como la excusa perfecta para que Kazan
rodase su filme, basándose directamente en acontecimientos reales.
Para protagonizar La ley del silencio, Kazan volvió a llamar a Marlon
Brando, con quien ya había trabajado en Viva Zapata! (1952)
y Un tranvía llamado deseo (1951). Con apenas cuatro películas
a sus espaldas, Brando había acumulado hasta ese momento dos nominaciones
al Oscar y era uno de los grandes reclamos de la taquilla norteamericana. En
el filme Brando da vida a Terry Malloy, un joven estibador a la sombra de las
practicas ilegales, que empieza a tener problemas de conciencia cuando conoce
a la hermosa Edie Doyle, cuyo hermano ha sido liquidado por la mafia de los
muelles. El tour de force de Terry, desde su inocencia estudiada hasta
su irreductible convicción de delatar a los mafiosos “al precio
que sea”, construyó una bonita coartada para la horrenda traición
de Kazan, quien durante algunos años más siguió afirmando
que todo era valido en la lucha contra el estalinismo.
Por supuesto Hollywood le respaldó con creces. Al año siguiente
La ley del silencio se hizo con un total de ocho Oscars, entre los
que se contaban el primero de Brando, el segundo de Kazan como director y un
galardón a la mejor película.
¿Pero puede nacer una obra de arte de una traición? Desde luego, los
caminos del cine no siempre son nobles y algunas de las mejores peliculas encuentran
acomodo en terrenos impracticables, en cenagales de la conciencia e impresentables
actitudes. Quizás La ley del silencio sea un buen ejemplo: una
magnifica película y una aberrante justificación de la traición
y la cobardía.
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