Indiana Jones y el misterio de la inmortalidad
El tándem Spielberg-Lucas-Ford vuelve a reunirse para dar vida a un personaje eterno
Alicia Albares
Es extraño recuperar, en una continuación actual de una trilogía mítica como la que dieron a luz Spielberg y Lucas en los años ochenta, a un personaje tan representativo de una época como es Indiana Jones. Puede dar miedo enfrentarnos a su resurrección cinematográfica después de veinte años de perenne existencia en las consciencias de varias generaciones de espectadores: no sólo de aquellos que vivieron su estreno siendo niños (y que entendieron entonces el significado del gran cine de entretenimiento), sino también de los adultos, testigos del clímax de un género que encontró en las aventuras del intrépido arqueólogo su redefinición y punto de partida en la exploración de nuevos caminos. Pero no tenemos que subestimar la capacidad de convocatoria de Indy: más que un personaje, el aventurero es un símbolo cinematográfico; padre de innumerables obras deudoras de su espíritu y estilo; hijo de referencias de toda índole: el cómic y el serial, la literatura, la mitología, el arquetipo.
Pero ¿qué debe tener un personaje para trascender la coyuntura del tiempo y el espacio? ¿Qué necesita un director de cine para vadear airoso las fracturas de toda obra venidera y seguir siendo el fundador del molde, el cerebro de un perfil fílmico que no ha sido todavía superado? Porque, teniendo en cuenta la evolución de la creación cinematográfica actual, sobre todo a nivel formal y técnico, resulta sorprendente que todavía hoy cualquier película de la trilogía de Indiana Jones nos parezca no sólo adecuada a los tiempos, sino necesaria para recordar la altura que el listón sigue teniendo en cuanto a retos se refiere. Nada ha llegado a rozar siquiera la categoría que inauguró Spielberg con su héroe predilecto: muchos han tratado de imitarlo, algunos han cosechado un razonable éxito con la mimesis, pero ninguno puede presumir de haber alcanzado su maestría en cuanto a narrativa, su cuidado en el desarrollo de personajes, su habilidad para mantener la acción sin fisuras durante la totalidad del metraje…Aunque puede parecer que estas cualidades particulares se deben a un respeto absoluto de las normas clásicas cierto es que, más allá de la mayor o menor adecuación a la fórmula magistral del cine de masas, en la concepción y desarrollo de la azarosa vida del héroe Indiana Jones hay mucho terreno en el que profundizar. En esas claves ocultas a simple vista es donde se esconde la riqueza del personaje y sus historias, y allí, probablemente, subyace la respuesta que formulábamos al principio del párrafo.
No es desconocido el buen uso que de los estudios sobre cultura y mitología hace George Lucas en la gestación de sus ideas. Este hecho ha provocado que se le considere una autoridad a la hora de generar materia prima con infinitas posibilidades comerciales y artísticas (cualidad que es incapaz de igualar en el desarrollo de las mismas). La trilogía de La Guerra de las Galaxias, Willow, o las historias de Indiana son sólo algunos ejemplos. Y todas estas obras tienen un punto común: se engarzan, punto por punto, en el esquema que Joseph Campbell identificó en toda historia heroica y que podemos localizar en el corpus mitológico de culturas y religiones completamente alejadas entre sí. Con esto, el productor, realizador y guionista no sólo asegura que sus películas van a resultar atractivas para el público, sino que puede decir que ha encontrado la gallina de los huevos de oro: sabe qué cuerda tocar para hacer que el público se funda con la historia, se entusiasme con su desarrollo y se identifique con sus personajes. Como ocurre con las obras maestras del cine, Indiana Jones trasciende lo cinematográfico para hilvanar sus fotogramas con el tejido del que están hechas las figuras ancestrales que perviven en el inconsciente de cada ser humano, ese universo individual y colectivo a un tiempo que compartimos y del que parten y al que vuelven las historias. Porque Indiana es un personaje que, más allá de las influencias de las que está hecho, parece que ha sido soñado antes por todos nosotros: ha personificado al héroe con mayúsculas, ha convertido en carne de celuloide una imagen tan antigua como el ser humano, invocada en las hogueras cuando todavía el arte se plasmaba en las cuevas.
Pero, como ocurre con toda pieza única, el nacimiento de Indiana Jones debe su existencia a muchos más factores, fruto de una época, del destino y también de muchos meses de trabajo: en nada habría quedado tal hallazgo de Lucas sin Spielberg a su lado para destilar la alquimia de una realización perfecta, unos actores conducidos con soltura y la construcción de un universo redondo donde conviven la magia y el misterio, el romance y el peligro, la amistad y la muerte…Una fusión perfecta que encaja las piezas del gran cine concebido como un puro cuento de adultos: acción, aventura y terror conducen al niño hacia la madurez y al adulto hacia la infancia, le dan a cada uno lo quiere ver. Nadie se escapa de su embrujo.
No podemos olvidar otra feliz “coincidencia”: Harrison Ford. Hoy en día no podemos imaginar a otra persona manejando el látigo o vistiendo la indumentaria de campo de este más que activo profesor de arqueología, pero en su momento otros actores fueron propuestos para encarnar al héroe. Sin embargo y más allá de segundas opciones, Ford fue (por algo) el elegido para dar vida al doctor Jones, en el que será sin duda el mejor paso de su carrera. Nadie mejor que él para combinar humor y virilidad, socarronería e inocencia: un James Bond de las antigüedades, tan enamoradizo como seductor, tan ratón de biblioteca como hombre de acción…Estas cualidades opuestas se aúnan a la perfección en su interpretación, otorgando credibilidad a un libreto que podría haber hecho aguas de no haberse imbuido su protagonista en la esencia misma de un ser tan contradictorio e hipnótico como el gran Indiana Jones.
Podemos seguir esgrimiendo razones que justifiquen el lugar que ocupa la saga de Indiana en los anales del cine. Y probablemente encontraríamos muchas otras que explicar y desmenuzar. Pero creo que es mejor dejarse llevar por el enigma que hace de Indy un icono de nuestro tiempo y de, probablemente, todos los tiempos. Porque, al escuchar la inolvidable melodía de John Williams que acompaña al héroe, nadie piensa en esto: tan sólo se deja trasladar a la emoción del momento en el que Jones, cuando parecía que ya no había esperanza, resurge y logra, una vez más, una agridulce victoria (pues nuestro protagonista siempre gana, pero nunca para sí mismo). Dejemos que Indiana teja su magia, sin cuestionarnos porqué caemos una y otra vez (sin importar los visionados) rendidos a los pies de su encanto.
Ahora vuelven a combinarse las tres piezas clave: Lucas, Spielberg y Ford prueban suerte con otra aventura, dentro y fuera de la pantalla. No es fácil responder a las expectativas de tantas generaciones que quieren vibrar en la butaca de nuevo y viajar hacia los lugares donde todavía pervive el misterio. El riesgo es grande, pero también lo es el reto. Y, aunque muchos crean que su tiempo ha pasado, la que escribe todavía tiene fe en que nuevos sueños pueden ver la luz convertidos en cine. Porque una vez todos fuimos niños y siempre podemos volver a serlo. Y, porque, más allá de este Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, la inmortalidad de Indy ya es indiscutible.
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