Arizona Baby: Redefiniendo "familia"
La segunda película de los hermanos Coen desmonta la concepción familiar que soporta el american way of life
Covadonga de la Cuesta
En No es
país para viejos (No country for old men, 2007), último filme
del “director bicéfalo”, mueren casi todos excepto el apuntador
Anton Chigurgh. En Arizona baby
(Raising Arizona, 1987) -segundo de sus doce largometrajes que sucedió
al brillante “debut en negro” con Sangre fácil
(Blood simple, 1984)-, no asistimos apenas a ninguna muerte,
salvo a la pirotécnica explosión de Leonard Smalls, híbrido a caballo
entre Mad Max y un cuatrero de Leone, representación de todos los temores
y pesadillas prefamiliares de H.I. Los goteos de violencia en Arizona
Baby, alejada del sui generis revisionismo del cine negro
propuesto en otros títulos de los hermanos Coen, enlazan más estrechamente
con la herencia cartoons y más concretamente con el tipo de
persecuciones, caídas, golpes o saltos por los aires que acostumbraban
a protagonizar el Coyote y el Correcaminos, como bien indicaba Álex
G. Calvo en Miradas. No obstante, no por ello el drama narrado
queda aliviado de peso ni la crítica lanzada contra la concepción
familiar que soporta el american way of life resulta menos inocua.
Como señas
de identidad que han ido configurando su trayectoria cinematográfica,
el “universo Coen” gira en torno al hombre y sus circunstancias.
El protagonista coeniano suele responder a un modelo de carácter apático
y anodino, anclado en un determinado contexto y en un estilo de vida
al que de pronto se le presenta la ocasión perfecta para trascender
la desidia vital y su insignificancia como individuo y personaje dramático.
El móvil que activa el sueño hacia el cambio se ha traducido en muchos
de sus filmes en un maletín con una cuantiosa cifra en dólares. La
transgresión de la ética y la legalidad, el punto de partida y desencadenante
de la travesía frenética y desbocada en que acaba derivando Arizona
Baby, arranca con el secuestro de un bebé.
Arizona
baby es un filme de ritmo endiablado con una cámara nerviosa y
serpenteante, con una fuerte presencia del humor negro marca de la casa
en situaciones y diálogos y con un tono “en apariencia” más amable
y menos desencantado que largometrajes como Fargo (1996),
Sangre fácil o No es país para viejos. El prólogo que
sintetiza los orígenes de H.I. y Ed, un ex delincuente y una ex policía,
y su encuentro transcurre en unos pocos minutos para centrarse después
en la crisis que origina en los recién casados que Ed no pueda concebir.
Los hechos que irán desencadenándose proceden de la tradicional concepción
familiar que sobre todo Ed ha mamado y que le impide contemplar una
verdadera familia si no hay descendencia. Así es como su historia se
cruza, vía telediario, con la de los quintillizos Arizona.
A diferencia
de la carretera lynchiana –ya sea recorrida como dimensión física
o psicológica- que apuntaba hacia un horizonte incierto e inasible
bajo los faros de un auto, la carretera de Arizona se nos presenta como
un circuito cerrado donde los conductores sólo descargan su voluntad
en el pedal del freno para derrapar, dar media vuelta y regresar en
busca del codiciado objeto que se dejaron en el camino –el pequeño
Nathan Jr. o el paquete de Huggies. Pueden intuirse en los aparatosos
y limitados recorridos que tienen lugar en esta carretera las frustraciones
y desencantos originados por la necesidad de tener que ajustarse a unos
preconcebidos moldes de familia perfecta.
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