Carcajadas made in Lubitsch
El Festival de San Sebastián ofrece una retrospectiva de Ernst Lubitsch, una ocasión para acercarse a las obras menos conocidas de este director con "toque"
Teresa Ortega
Ernst Lubitsch es mucho más que la frialdad cuadriculada de Ninotchka, o la
carcajada fácil de la guerra de los sexos en Lo que piensan las mujeres. Es
una vida dedicada al cine, no exenta de polémica, éxito y genialidad.
Nacido en el Berlín de 1892, Ernst Lubitsch se crío en un barrio judío,
mostró pronto su interés por la interpretación y el cabaret. Su primer gran
éxito a escala internacional llegará de la mano de Madame du Barry (1919),
película de la que, en un primer momento, se intentará ocultar su origen
alemán en Estados Unidos. Fue precisamente este país, que posteriormente
sería su patria, al que realizará un primer viaje poco fructífero teniendo
que esperar a ser invitado por la productora Mary Pickford, la novia de
Ámérica, a realizar su próxima obra. A pesar del fracaso comercial que
constituye Rosita (1923) firma un contrato con la Warner Bros., por entonces
una compañía menor.
En Alemania dejó infinidad de películas con su esencia, con lo que llamarían
“el toque Lubitsch”, descubrió, entre otras, a la actriz polaca Pola Negri y
mostró su imagen al mundo, pelo engominado, traje diplomático y su
inseparable puro en la boca.
Es a partir de la entrada del sonoro cuando Ernst Lubitsch va a destapar
toda esa magia dialogada que nos tenía reservada. Comienzan a ser frecuentes
en sus obras la audacia del guión, las grandes interpretaciones y esa
adorable ironía europea puesta al servicio de la meca del cine.
Comenzó la década de 1930 con Paramount Parade, continuó con El Teniente
seductor, para culminar con el último de sus dramas, Remordimiento (1932), que
supuso un fracaso comercial. Pero si hubiera que destacar un año en la vida
personal de Lubitsch, ese sería 1935, no sólo por la pérdida de la
nacionalidad alemana con el ascenso de los nazis al poder, sino también por
los altercados acaecidos entre él y Josef von Sterberg. En el terreno
profesional es nombrado director de producciones de la Paramount, cargo en
el que no durará más de un año volviendo de nuevo a su terreno, a la
dirección.
Una vez acreditado como ciudadano americano, llegan sus grandes películas o
al menos las más aclamadas. Tras el fracaso de crítica obtenido por el
binomio Lubitsch-Dietrich en Ángel (1937) estrena La octava mujer de Barba
Azul (1938) rescindiendo poco después su contrato con la Paramount y dando
paso a la efímera “Ernst Lubitsch Productions”.
Bajo el sello de la Metro Goldwyn-Meyer cosechó gran éxito con Ninotchka, el
eslogan decía “Garbo ríe”, revalidando las buenas críticas con El bazar de
las sorpresas (1940).
Un año más tarde realiza el remake de Kiss me again, Lo que piensan las
mujeres, que a pesar de constituir un fracaso comercial no le impide
firmar un contrato con 20th Century-Fox.
Llega el momento de Ser o no ser (1942), donde todo la inteligencia de
Lubitsch se pone al servicio de la crítica al nazismo. La controversia
siempre rodeó esta cinta de producción independiente que fue estrenada tras
la muerte de la actriz principal, una inmejorable Carole Lombard.
Tras El diablo dijo no, Ernst Lubitsch sufre su primer ataque cardiaco,
posteriormente produce La zarina de Otto Preminger y El castillo de
Dragonwyck de Joseph Leo Mankiewicz, ese mismo año verá la luz la última
película enteramente dirigida por Ernst Lubitsch, Cluny Brown (1947).
Recibió un Oscar especial el mismo año de su muerte por “veinticinco años de
contribución al arte cinematográfico”. El día 30 de noviembre de 1947 Ernst
Lubitsch muere de un paro cardiaco, producido -según dicen- estando acompañado
en el dormitorio.
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