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Un fotograma de <em>La ardilla roja</em>

 Un fotograma de La ardilla roja

Ejercicio de libertad

El Festival Internacional de Cine de Huesca premia a Julio Médem, un cineasta que ha hecho de su carrera un homenaje a la libertad

David Montero

Hace apenas unos días, el festival cinematográfico de Huesca anunciaba la decisión de premiar la trayectoria de Julio Médem, en reconocimiento a un trabajo libre de etiquetas y a un cineasta que aún se enfrenta a sus filmes como a un proceso de realización personal, más allá de exigencias comerciales y sufrimientos personales. “Sólo ahora comienzo a recuperarme de la polémica vivida con motivo del estreno de La pelota vasca”, explicaba Médem al conocer el premio. Pero ya antes del estreno de su valiente documental el realizador vasco se había distinguido como dueño de un cine preciosista, lírico, sincero... que no se avergüenza de buscar a sus personajes en un rayo de sol o en una carrera desenfrenada. Un realizador atípico y libre en una industria en la que aún se malvive de encasillamiento.

La aventura personal, el ajuste íntimo de cuentas, que Julio Médem mantiene con el cine comenzó a mediados de la década de los setenta, probablemente al tiempo que iniciaba sus estudios de Medicina y Cirugía Genéral en la Universidad de San Sebastián. Tras probar como crítico y curtirse en el mundo del corto, el realizador vasco firmó uno de uno de los debuts más sorprendentes del cine español con Vacas (1992). A los bolígrafos de sus antiguos colegas en los periódicos acudía principalmente un palabra: originalidad. La complicada escenografía visual de su "opera prima", su afán por explorar y la libertad poética del filme provocaron admiración y estupefacción a partes iguales. Por el camino, el realizador donostiarra ganó un Goya al mejor director novel, lo que aseguró la producción de un largometraje que ya andaba dando vueltas por su cabeza: La ardilla roja, la tragicómica historia de una pareja sin pasado, que avanza a tumbos, de mentira en mentira,

Gracias a La ardilla roja, Médem ganó sobre todo reconocimiento a nivel nacional e internacional. Su arriesgada propuesta cinematográfica, su personal lucha con el cine, comenzaba ahora a tomar solidez, siguiendo las líneas esbozadas en Vacas. Sólo un elemento seguía dando quebraderos de cabeza al realizador donostiarra: el público. Sin embargo, La ardilla roja sólo fue un pequeño aviso de lo que aún faltaba por llegar: el cine de Médem sería complejo, adulto, vital o no sería.

Tierra (1995) anuncia la madurez creadora del cineasta donostiarra. Tranquilo, sin las presiones económicas de cintas anteriores, el realizador pudo crear una película personal, profundamente lírica; un filme plagado de metáforas y significados, que va del interior al exterior, confundiéndolos; desde las inquietudes más íntimas hasta las fuerzas que mueven el planeta. Aquí, el protagonista es Ángel, un ser complejo, que se mueve a caballo entre la tierra y el cosmos, entre Ángela y Mari. Para Tierra, Médem se había pulido a conciencia, perfeccionando ciertos elementos (encuadres y planos, la escenografía) y dando su lugar exacto a otros como el humor (rudo y burdo por momentos en La ardilla roja).

Siempre fiel a su estilo, madurándolo, todo cambió para Julio Médem con Los amantes del círculo polar, una preciosa fábula blanca sobre el amor y la casualidad. En esta ocasión fue un texto de Ray Loriga el que puso a funcionar la cabeza del cineasta como punto de partida de la historia de Otto y Ana, dos amantes capicúa que confían su relación a la implacable seguridad del azar. El balance económico de la película fue muy satisfactorio y la crítica, habitualmente ambigua con su trabajo, se deshizo en elogios ante el difícil equilibrio en el que se movía la historia. La fórmula volvería a repetirse en Lucía y el sexo, fábula redentora e historia de amor en ausencia, pintada en tonos luminosos que se abren camino entre abismos profundos.

Tras Lucía y el sexo fue precisamente uno de esos abismos el que se abrió a los pies de Médem. Su filme La pelota vasca, con el que trató de abrir un diálogo cinematográfico entre las diferentes fuerzas de peso en el conflicto vasco le colocó en el ojo del huracán y avivó el ruido que él mismo trataba de apaciguar con su película. Convaleciente, Médem se ha visto incluso obligado a aparcar sus planes de realizar un filme de ficción sobre el conflicto y en la actualidad prepara con otro argumento la que será su sexta película, que tiene por título provisional Caótica Ana. Médem habrá salido herido, su libertad no.

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