Descaro y sátira. El situacionista imposible
Michael Moore estrena en España el polémico documental Fahrenheit 9/11, que vincula las familias de Bush y Bin Laden
Juan Antonio Bermúdez
La fuerza imperecedera del situacionismo se funda
precisamente en su inexistencia. No hay situacionismo sino situacionistas,
como ya advirtió Guy Debord. Y, hoy por hoy, sobre el sueño de
cenizas de la posmodernidad, entre la modorra del desencanto y
la lucidez del fracaso, no hay programa ideológico más útil que
el de sacarle los colores al poder con sus propias armas, no hay
proyecto humano más serio que el de reírse con la dentadura postiza
del sistema.
El ciudadano estadounidense Michael Moore hace bien eso. Su libro
¿Qué has hecho con mi país, tío? (¿adivinan a quién se refiere?) encabeza
las listas de ventas de textos de no ficción en ese país que también
es el suyo, además del de Bush (sí, han acertado, se refiere a
él). Su documental Bowling for Columbine triunfó en Cannes y ganó el Oscar en su categoría, levantando una gran polvareda. Su nombre suena cada vez más en todo el mundo como otro de los
referentes de la otra globalización. Y todo este éxito se debe
tal vez a la más que justificada moda antiestadounidense que atravesamos,
pero también al propio peso de sus verdades irrefutables mostradas
con ingenio, descaro y humor.
¿Y quién es Michael Moore? Pues una típica oveja
descarriada del American Way of Life, un rechoncho vestido
siempre con camisa de cuadros y gorra de beisbol, buen conocedor
de la Norteamérica más profunda en la que nació, en el estado
de Michigan, en una familia obrera; un tipo como tantos otros
pero que sabe sacar el máximo partido de los medios que tiene
a su alcance, la televisión, el cine y la literatura, para poner
en evidencia al sistema del que él mismo, innegadamente, forma
parte.
Su procedimiento básico, tanto en sus documentales para cine
como en sus programas de televisión, es cercano al del reportaje,
realizado con un equipo mínimo de filmación que se planta en el
lugar del conflicto y busca un encuentro cara a cara con los responsables.
Así, Moore ha visitado bases nucleares, la sede de la ONU, la
Casa Blanca o las oficinas centrales de multinacionales como Nike
o Chrysler solicitando "hablar con el jefe". Esa frontalidad,
ese descaro, es su principal arma.
Su película Roger and Me (1989) reconstruye la bonanza y el declive de Flint,
su pueblo natal, vinculados a una gigantesca planta de la General
Motors que acabó cerrando y trasladándose al sudeste asiático
siguiendo la estrategia típica de tantas empresas: reducción en
los costes de la mano de obra. Flint es así una perfecta metonimia
de la podredumbre social del ultraliberalismo. En su entorno rodó también Bowling for Columbine, título que indaga en una de las obsesiones de Moore: la proliferación de las armas
de fuego. Lo genial en esta, como en otras obras de Moore, es que gran
parte de su carga subversiva emana de declaraciones o actitudes
de los mismos objetivos de la denuncia, que se bastan ellos mismos
para ridiculizarse. Así pasa en la poética y humorística Bowling
for Columbine con Charlton Heston, el ínclito Moisés reconvertido
desde hace unos años en presidente de ese absurdo sindicato del
crimen que es la Asociación del Rifle.
Pero, como ya anticipábamos, Moore no es solo un
director de cine conformado en la marginalidad de los circuitos
"alternativos". Su estrategia es la infiltración y para eso le
vale lo mismo el cine que la televisión, los libros o Internet. Buena prueba de ello es su último trabajo, Fahrenheit 9/11, que tras ganar la Palma de Oro en el último Festival de Cannes se ha convertido en un inesperado éxito de taquilla en Estados Unidos, donde ha recaudado más de 90 millones de dólares y es ya la película de no ficción más taquillera de la historia.
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