George A. Romero: El diario de los muertos
La nueva obra del mítico padre de los zombies engrandece la 40 edición del Festival de Sitges
Alicia Albares
Muy mayor, con cabello largo y completamente blanco, voz cascada y una sorprendente vitalidad, Romero, hoy en día una leyenda viviente, visitó Sitges para recibir con sincero agradecimiento el homenaje que el festival le brindaba, regalando a cambio una de sus últimas perlas en el ocaso de su carrera como director. Porque, sin duda, la mayoría de los asistentes a las jornadas cinematográficas centradas en el fantástico querrán rescatar como plato fuerte la nueva película de uno de los creadores cuya obra más ha influido en la forja y desarrollo de lo que casi puede calificarse de subgénero, como representan los muertos vivientes. Ellos, que empezaron personificando el más puro terror, ofreciéndonos una escalofriante posibilidad de lo que venía después de la muerte, son ahora un icono del fantástico, adalides de una estética que no sólo ha explorado el cine, sino que también ha invadido el campo del videoclip, la publicidad, el cómic, los videojuegos… Y el que puede considerarse, quizá no el padre biológico, pero si desde luego del mentor, de estos seres a la vez horrendos y patéticos es Romero. Él se encargó, además (y nunca sabremos si de manera premeditada o anecdótica), de resaltar aquello que los hace más cercanos y provoca aún más pavor: nunca pierden su forma humana, sino que la tornan grotesca, personificando a la humanidad, invadiéndola lentamente, formando parte de ese lado oscuro donde les está negado el descanso eterno, condenados a vagar por un mundo que les huye y que querrá destruir lo que ya está destruido.
En aquella primera película del director norteamericano de origen español, La noche de los muertos vivientes, lo escaso de los medios y lo caótico de la producción posiblemente impidieron a sus responsables ser conscientes del contenido que subyacía en esa segunda vida de los cadáveres andantes: la conexión indudable entre aquello en lo que podemos convertirnos y lo que creemos ser se perfila como profundísima metáfora sobre la corrupción progresiva de nuestra sociedad. El contexto alterado de guerra y asesinatos selectivos racistas tambaleaban por aquel entonces la suave estabilidad de la forma de vida americana, propiciando una coyuntura perfecta para transformar lo que, como él se ha encargado de explicar en múltiples ocasiones, no tenía más objetivo que asustar y entretener, en un espejo del momento, situando el filme en un nivel de crítica y estudio de la realidad bastante alejado de las intenciones de su autor.
Casual o no, el éxito de lo que ya es considerado un clásico indiscutible del cine de terror de serie B condujo a Romero al desarrollo de una carrera que ha sido revisada durante el festival. Entre sus películas, podemos encontrar grandes fiascos tanto comerciales como creativos. De hecho, el devenir de sus trabajos siempre se ha visto marcado por las circunstancias de la producción, normalmente de bajísimo presupuesto. Este condicionante se ha convertido en la maldición- bendición de Romero: su pertenencia casi exclusiva durante años al territorio de la serie B le ha permitido la fragua y desarrollo de un estilo personalísimo, al que siempre procuró ser fiel sin atender a los dictados de los grandes estudios y de la distribución. Sin embargo, las difíciles condiciones con las que ha tenido que enfrentarse para sacar adelante sus producciones han provocado que algunas películas que contaban con un excelente punto de partida hayan perdido parte del valor que pudieron tener. No obstante, Romero siempre podrá presumir de su constancia y cabezonería, lo que ha dejado algunas películas excelentes además de su trilogía de zombies: El regreso de los vampiros vivientes (cuyo título en castellano pierde toda la seriedad que tiene el original, Martin); revisión del mito del vampiro, en la cual nunca llegamos a averiguar si el protagonista es un nosferatu o tan sólo un enfermo mental; Los caballeros de la moto, curiosa traslación del universo artúrico a un futuro incierto, que pierde bastante con el tiempo pero cuya estrategia no deja de resultar interesante o Atracción diabólica, relación mortal entre un paralítico y un mono encargado de ayudarle en su vida diaria, que se ha convertido ya en otro modesto pico en la carrera del cineasta. Tampoco hay que olvidar a la irregular Creepshow, que puede presumir de ofrecer algunos de los mejores momentos de su director.
Aunque lo que más destaca en la filmografía de George A. Romero viene siempre ligado a los zombies (él mismo ha dirigido cinco películas sobre el mismo tema, aportando una tras otra una mayor cantidad de ellos), no hay que olvidar que su labor como cineasta no termina ahí. Además de las películas que ya hemos mencionado, el realizador ha colaborado en muchos otros filmes, tanto como guionista como productor. Sin duda, toda su trayectoria en cualquiera de estos campos ha merecido la pena. Y Romero ha decidido demostrarlo, una vez más, regresando a sus orígenes, a la temática que mejor sabe desarrollar y de la que se ha convertido en maestro por derecho propio. Pero no reitera sin ser consciente de que puede llegar a cansar y esto se nota en lo cuidado de su última propuesta: una obra maestra cinematográfica donde vienen a desembocar los afluentes de su extensa trayectoria. En El diario de los muertos, Romero controla cada pieza del guión, cada detalle de su puesta en escena. En su película, la intención crítica y política, no sólo deja de ser azarosa, sino que se convierte en el verdadero reclamo del filme, en el núcleo que organiza y vertebra toda la película, desprendiendo de ella cualquier etiqueta de más de lo mismo. Hay un retrato escalofriante de la sociedad de la información en la que vivimos, mostrándonos la acción a través de los retazos que graba un estudiante de cine en su cámara de vídeo, enseñándonos que sólo somos conscientes de aquello que nos enseñan en los medios y que todo lo demás se muestra lejano a nuestro entendimiento. Alusión a un filme fallido, El proyecto de la bruja de Blair, del que Romero sólo toma el punto de partida para después ofrecernos una arriesgada propuesta visual y formal donde los seres humanos, escasos ante el espectador, vuelven a resultar patéticos ante la amenaza de los muertos. El humor, ácido, crítico, agudísimo, se combina a la perfección con el susto mítico y la ración de gore necesaria sin llegar a resultar excesiva. Con la habilidad de un narrador experto, Romero logra identificarnos con sus personajes para después irnos conduciendo al lado contrario, para que vayamos alejándonos poco a poco de nuestra naturaleza humana para aproximarnos, peligrosamente, a la visión de los zombies. Porque, edulcorada gracias al humor, a la acción y al sobresalto, el mensaje del filme queda sutilmente atenuado, pero no desaparece: hay más crueldad en el hombre que en el muerto andante, seguimos siendo los únicos animales del planeta capaces de matar por placer. Bien retratado en la película, este hecho torna lo fantástico de una propuesta que puede parecer ajena en una soberbia y terrorífica llamada de atención a la humanidad. Sin duda, los mejores mensajes son los que no se notan y, en ellos, Romero es un experto.
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