Tras perder casi por completo la audición
en el frente y conocer de primera mano las tragedias humanas originadas
por la guerra, William Wyler dirigió en 1946 uno de sus
trabajos más personales, Los mejores años de
nuestra vida. Basada en una novela de MacKinlay Cantor, la
película se centra en las dificultades que encuentran tres
veteranos para adaptarse a la vida diaria tras la Segunda Guerra
Mundial. Los mejores años de nuestra vida proporcionó
a William Wyler su segundo Oscar al Mejor Director, y sigue siendo
para muchos su mejor filme.
Sin
embargo, en los años siguientes la película le causaría
más de un quebradero de cabeza, ya que durante la caza
de brujas algunos vieron en ella un intento de mostrar América
desde un punto de vista poco favorable. Wyler, que fundó
junto a otros liberales de Hollywood el Comité por la Primera
Enmienda, mostró desde el principio un abierto rechazo
hacia el maccarthysmo: "Están haciendo que la gente
decente tenga miedo de dar su opinión. Van a crear un miedo
en Hollywood que dará lugar a la autocensura. Y la autocensura
paralizará la pantalla; sólo se producirán
películas que se ajusten a un patrón arbitrario
de americanismo".
Ya fuera por este u otro motivo, la carrera de
William Wyler sufrió un cierto parón durante la
segunda mitad de los 40. Sin embargo, en 1953 logró reunir
a dos estrellas de Hollywood como Gregory Peck y Audrey Hepburn
para rodar la comedia romántica Vacaciones en Roma.
Aunque su autoritaria forma de dirigir le causó muchos
problemas con Audrey Hepburn, Gregory Peck hizo una buena amistad
con Wyler, hasta el punto de que produjo una de sus siguientes
películas, Horizontes de grandeza (1958).
Apenas
un año después, en 1959, rodó su película
más conocida, Ben-Hur. Wyler, que curiosamente había
participado como ayudante de dirección en la versión
muda de 1925, fue el elegido para sacar adelante esta superproducción
llamada a convertirse en el canto del cisne del Hollywood clásico.
Siguiendo la estela de películas como Quo Vadis (1951),
William Wyler llegó a contar con más de cincuenta
mil extras a lo largo del rodaje, cuyo presupuesto de más
de doce millones de dólares puso a la Metro Goldwyn Meyer
al borde de la bancarrota. Sin embargo, el filme supuso un éxito
rotundo, recuperó con creces la inversión y obtuvo
once de los doce Oscars a los que estaba nominado, incluyendo
el de Mejor Director para Wyler por tercera y última vez.
Tras el colapso del sistema de los estudios, privados
de sus redes de exhibición e incapaces de contrarrestar
el empuje de la televisión, Wyler aún tuvo tiempo
de dirigir cinco películas. En una época de auge
del cine de autor, Wyler realizó sus propuestas más
arriesgadas, con películas como La calumnia o El
coleccionista. Además, en Funny Girl hizo sus
pinitos en el musical de la mano de Barbra Streisand, uno de los
pocos géneros que no había tocado a lo largo de
su prolongada carrera. En 1970 dirigió su último
largometraje, el drama antirracista No se compra el silencio.
Considerado un mero artesano carente de interés
por los críticos de "Cahiers du Cinèma",
la figura de William Wyler fue ignorada sistemáticamente
durante años. Sin embargo, antes incluso de su muerte en
1981 ya hubo quienes reivindicaron a este interesantísimo
cineasta. Ahora, cuando se cumplen cien años de su nacimiento,
las filmotecas preparan ambiciosos ciclos para acercarnos a la
obra de William Wyler, un director de primera línea del
Hollywood clásico.
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