Por Manuel
Ortega
Ang
Lee representó al cineasta oriental que en lugar de seguir los
patrones éticos-estéticos de su propia cinematografía demostró,
mediante aquella maravilla llamada El banquete de bodas,
cómo desde la mayor lejanía se podía recuperar las bases y la
esencia de la comedia norteamericana clásica, suicidada en nuestros
días, todo hay que decirlo, por la mediocridad, la zafiedad y
el conservadurismo de la actual cinematografía yanki. A partir
de ahí, una carrera entre oriente (Comer, beber,amar y
la exítosa Tigre y dragón)
y occidente (Sentido y sensibilidad y La tormenta de
hielo) marcada por la calidad y por la diversificación en
sus propuestas. Cabalga con el diablo pertenece a este
segundo marco geográfico.
Película que se estrena con dos
años de retraso y que fue acogida por la crítica norteamericana
con la misma frialdad que parece que ha marcado su distribución
en nuestro país. Se podría esperar que resultara la sorpresa del
año, la película tapada minoritaria que mediante al boca-oreja
del cinéfilo entusiasta, se convierte en una de esas pequeñas
joyas del que todos han oido hablar, pero pocos han conseguido
ver. Pero me temo que no. O por lo menos apuesto a que no.
Estamos en 1862 y la guerra de
Secesión está llegando a su fin. Un grupo de montoneros intentan
a la desesperada mermar las fuerzas del norte utilizando el sistema
de guerra de guerrillas. En este contexto marcado por la muerte,
se mezcla el acercamiento inevitable hacia el final del embite
y de la derrota de los protagonistas. Dicen que es un western
metafísico y simbólico, pero perdonen si no le encuentro parecido
con Raíces profundas. Dos de los combatientes están
enamorados de la misma mujer para añadir una nueva batalla dentro
de la batalla (recurso bastante típico y utilizado últimamente
también por la efectista Enemigo a las puertas) lo que
le confiere al filme ese halo de romanticismo que precisa para
llegar a todos los públicos. Pero, como los protagonistas, nos
encontramos con el invierno.
Como en sus otras experiencias
occidentales, Lee se parapeta tras una novela, no tan conocida
como la de Austen o la de Moody, pero si muy válida para la adaptación
cinematográfica. Pero esa frialdad, que le vino tan bien al apasionamiento
de Sentido y sensibilidad y que era como su propio nombre
indica el motor de La tormenta de hielo, se torna aquí
(en esta historia sucia, llena de traiciones, de barro, de miedo)
en falta de convicción y de complicidad con lo que cuenta. No
creo que sea por estilo sino por desconexión, en definitiva.
Los actores en su línea, es decir,
mal. Tobey Maguire todavía no es ese gran actor que se pretende
y Skeet Ulrich sigue siendo un blandengue sosias de Johnny Deep.
La debutante Jewell, tiene mucho que aprender y más que enseñar
y Jeffrey Wright después de su "tour de force" en la insufrible
Basquiat parece no hacerlo tan mal como esclavo sudista
que como artista atormentado.
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