Durante la última década, las dificultades
de exhibición han convertido al cine asiático en
un auténtico desconocido, un cine de autor, al alcance
de una audiencia selecta, y normalmente agradecida, que suele
acudir con asiduedad a sesiones de madrugada en versión
original. Sin embargo, hace tan sólo unos años la
situación era completamente diferente; en los setenta,
el cine de kung-fu, animado por el éxito occidental de
Bruce Lee, permitía a los realizadores asiáticos
alcanzar los rincones más recónditos de Europa y
Norteamérica con cintas comerciales de escasa calidad,
pero el negocio se acabó...
Hoy
día, en el selecto ramillete de realizadores asiáticos
que gozan de cierto reconocimiento en occidente, destacan sólo
unos pocos nombres. Uno de ellos es el taiwanes Ang Lee, que alterna
producciones norteamericanas con esporádicos regresos a
su patria; el otro es Zhang Yimou, empeñado desde hace
años en practicar el duro ejercicio de la libertad cinematográfica
en la China comunista, evitando la tentación de escapar
a tierras más propicias.
Y es que la consigna que domina el cine de Zhang
Yimou (1951, Shaanxi) es la dificultad. Ya fue así cuando,
tras siete años trabajando en una planta textil, con 27
años, decidió matricularse en la Academia de Cine
de Beijing y pretendieron impedirselo argumentando que era demasiado
mayor. Afortunadamente Yimou logró acceder a los estudios
de cine, gracias a su interpelación directa al ministro
de cultura, y se licenció en 1982 a la edad de 32 años.
Fue precisamente allí donde el cineasta conoció
a Gong Li que le acompañaría fielmente a lo largo
de su posterior filmografía.
Desde sus tempranos trabajos como cámara
a las órdenes de directores como Chan Kaige (Yellow
Earth, 1984) o Zhang Junzhao (One and Eight, 1983),
las inquietudes de Zhang Yimou se centraron en la exploración
del espacio fílmico, desde el lado cinematográfico,
y por el estudio de la esencia china en un sentido más
personal y político. Un espíritu libre que aspiraba
a entender su país desde detrás de la cámara:
"el ritmo ensordecedor que comence a percibir en un momento
determinado me hizo perder el control de la cámara; creo
que éste es el auténtico espíritu de nuestra
nación".
|