Las
reglas para pasar por este mundo con estilo son bastante sencillas
y muy fáciles de seguir. La primera de ellas es que nunca
hay que vestir de color marrón por las noches, ya que resulta
sencillamente intolerable. Por otro lado, en un bar no se debe
pedir otra cosa que un Jack Daniels y siempre conviene dejar al
menos un par de minutos antes de probarlo para que el hielo comience
a derretirse. Además, los sombreros se lucen ligeramente
ladeados y los abrigos, colgados sobre los hombros, sin usar las
mangas. Recuerde, por último, que lo peor que se puede
hacer frente a una mujer es bostezar y que la muestra de amistad
más importante consiste en compartir la aceituna de tu
martini. Es la filosofía del estilo, la sublimación
de la apostura que durante años cultivó, junto a
sus amigos, uno de los más grandes actores y cantantes
del pasado siglo: Frank Sinatra.
La epopeya vital de Sinatra tiene un punto de partida
claro: la pequeña ciudad de Hoboken, en el estado de New
Jersey. Allí, en 1915, nació Francis Albert Sinatra,
hijo de inmigrantes italianos, que creció sin salir de
los estrechos límites de su barrio obrero. Sus inicios
como cantante se produjeron junto a los "Hoboken Four",
participando en pequeños concursos amateurs de la
región que le proporcionaron sus primeros aplausos, un
sonido del que se enamoraría profundamente. Pero su ambiente
natural estaba en los clubs nocturnos, donde comenzó a
cantar con apenas quince años. Algo más tarde, el
famoso trompetista Tommy Dorsey se fijó en él y
le contrató para su banda, aunque, sin duda, Frankie no
era hombre para compartir el éxito y en 1942 se lanzó
a una carrera en solitario, dejando a Dorsey en la estacada.
La
relación de Sinatra con el cine había comenzado
un poco antes de esta fecha. El cantante había aparecido
ya en dos películas: Ship Ahoy y Las Vegas Nights.
En esos momentos, Sinatra se estaba dando a conocer en los
Estados Unidos como un anzuelo infalible para atraer a las adolescentes,
un cantante apuesto, de aire pícaro, capaz de reunir a
miles de jóvenes fans que le seguían persistentemente
allá donde fuese. Precisamente, ésa iba a ser su
carta de presentación en el abigarrado universo de Hollywood.
Durante la década de los 40, Frank Sinatra
se dedicó a explotar en la pantalla las habilidades que
le habían llevado a la fama como cantante, actuando de
forma casi exclusiva en multitud de comedias musicales, entre
las que destacan títulos como Anchors Aweigh (1945),
junto a Gene Kelly, It Happened in Brooklyn (1947), The
Kissing Bandit (1948), Take Me Out to the Ball Game
(1949) y On the Town (1949). Únicamente, un grave
problema en sus cuerdas vocales le apartó de este tipo
de papeles, acercándole a otros personajes con mayor carga
dramática. El primero de ellos fue el moribundo soldado
Angelo Maggio en el clásico De aquí a la eternidad
de Fred Zinnerman. Sin ningún tipo de preparación
dramática, con una interpretación basada en su instinto,
Frank Sinatra ganó su primer Oscar gracias a su actuación
en esta película.
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