Sin
duda la carrera del realizador británico Ridley Scott puede
evaluarse a partir de tres o cuatro decisiones muy concretas,
elecciones que le han proporcionado por igual sonoros triunfos
y estrepitosos fracasos. La primera de estas encrucijadas apareció
en su camino en el año 1978. En aquellos días, Ridley
Scott apenas era conocido en el cerrado mundo de Hollywood, aunque
ya había rodado su primera película, The Duellists,
un recargado ejercicio visual que la meca del cine había
acogido con bastante frialdad y cierta indiferencia. El fracaso
supuso, ante todo, una novedad, ya que hasta ese momento su carrera
había consistido en una sucesión vertiginosa de
éxitos. Desde que se licenció en West Hartlepool,
el prestigioso colegio de arte londinense, Scott se había
consolidado como un director publicitario de prestigio, lo que
le había llevado a probar suerte en el cine con las espaldas
cubiertas. De ahí su propia sorpresa cuando las cosas empezaron
a ir mal, tan mal que incluso se planteó abandonar el cine
y regresar al cómodo y rentable mundo del spot publicitario
donde contaba con contactos suficientes para vivir de forma cómoda.
Sin embargo, un proyecto le salió al paso:
la 20th Century Fox buscaba director para una película
sobre extraterrestres asesinos que acaban poco a poco con la tripulación
de una nave comercial interplanetaria. Cuando Scott aceptó
filmar Alien, el octavo pasajero puso definitivamente la
primera piedra de una trayectoria marcada por los altibajos. En
Alien, Ridley Scott expuso los presupuestos básicos
de lo que sería su primer cine: exquisitez visual puesta
al servicio de una historia imaginativa.
El
éxito de Alien trajo a la mesa del realizador británico
muchos proyectos similiares. A pesar de que Scott declaró
en varias ocasiones que no pretendía repetir con la temática
y el género, cuando vio la oportunidad de llevar a la pantalla
el relato de Phillip K. Dick "¿Sueñan los androides
con ovejas eléctricas?" no lo dudó, aunque
las cosas ahora serían muy distintas. En Blade Runner,
Scott se implicó por primera vez en la toma de decisiones
como productor y eligió personalmente a los actores, las
localizaciones y la ambientación. Sin embargo, esto no
fue suficiente para evitar la polémica y, llegada la hora
del montaje final, el director y el resto de productores diferían
ampliamente sobre cómo debía finalizar el filme.
Al final se impuso la opinión del grueso de los productores,
y Ridley Scott tuvo que esperar para lanzar su montaje hasta el
año 1993. Más allá de controversias, la película
fue un éxito y se convirtió en un auténtico
icono para miles de jóvenes de la época y en un
referente insoslayable de movimientos culturales como el ciberpunk.
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