Un
buen termometro para saber la imagen que la sociedad norteamericana
tiene de los personajes de Hollywood son las series de animación.
Primero, con cierto respeto en "Los Simpsons", y más
tarde con absoluta desverguenza en "South Park", buena
parte de la constelación de estrellas de la gran pantalla
se han visto ridiculizadas con mayor o menor saña, pero
con inevitable mala leche. Así, los Baldwin son pesados
y egocéntricos, Winona Ryder está loca de atar,
Bill Gates no dice más que mentiras y Barbara Streisand...,
bueno, de Barbara Streisand mejor no hablar. En uno de los capítulos
de su serie "South Park", los gamberros Trey Parker
y Matt Stone la transformaron en una mega - villana, dispuesta
a destruir el mundo al más puro estilo Godzilla para satisfacer
su inagotable ambición. Sólo un antagonista de su
nivel podría impedirlo, alguien que todos respetasen ocurriese
lo que ocurriese, un mega - héroe más allá
del bien y del mal; por ejemplo Sidney Poitier.
Y es que en Estados Unidos el crédito de
Sidney Poitier se mantiene intacto a pesar de que desde finales
de los ochenta apenas es posible verle en las pantallas de cine
o televisión. Pero su historia encarna a la perfección
el sueño americano y eso, en el país de las oportunidades,
no se olvida. Poitier nació en Norteamerica por accidente;
sus padres, unos humildísimos agricultores de las Bahamas,
estaban en Miami de visita cuando, antes de tiempo, se presentó
el parto, impidiéndoles regresar a la isla. El joven Poitier
se crió en los campos de tomates de Cat Island en Bahamas,
recibiendo sólo la educación básica y abandonando
los estudios con trece años para trabajar con su padre.
Por
aquel entonces Sidney Poitier no era ni mucho menos un chico ejemplar,
sino un muchacho tozudo y rebelde que rozaba con demasiada frecuencia
los límites de la delincuencia. Por ello, sus padres tomaron
la decisión de enviarle a Miami, con su hermano, buscando
un cambio de aires para el chico. Sidney trabajó en varios
empleos temporales, e incluso probó el ejército,
aunque sólo para averiguar que aquello no era lo suyo.
Hasta que fue al teatro. Poco después de ver sus primeras
funciones ya preparaba una audición para el American Negro
Theatre de Nueva York, donde no superó las pruebas debido
a su marcado acento de las Bahamas. A lo largo de los seis meses
siguientes se preparó sin descanso y en la siguiente audición
fue aceptado.
Hasta ese momento las inquietudes raciales del
joven Sidney Poitier no habían salido a la luz, pero, una
vez en el mundo del espectáculo comenzó a darse
cuenta de que los mejores papeles iban a parar a manos de sus
compañeros blancos. Así que, desde que su posición
se lo permitió, nunca aceptó un papel que no fuese
protagonista. Sus inicios en el cine los marca el filme No
Way Out de Joseph L. Mankiewicz donde compartía protagonismo
con Richard Widmark. El propio Poitier recuerda en sus memorías
que tuvo que engañar a Mankiewicz para obtener el papel:
"El quería a alguien mayor, así que le mentí:
le dije que tenía 27 cuando en realidad tenía 22".
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