De todos los movimientos de renovación que
recorrieron las cinematografías europeas a lo largo de
los años 60 -el Free Cinema en Gran Bretaña, el
Nuevo Cine Alemán surgido a la sombra del Manifiesto de
Oberhausen, la Nova Vlnà checa, el Nuovo Cinema italiano...-,
ninguno puede presumir de haber tenido la importancia y la repercusión
que alcanzó la Nouvelle Vague francesa. Surgida entre 1958
y 1962, esta corriente cinematográfica logró sacudir
los principios formales y temáticos del cine francés,
renovó las estructuras industriales de producción
y proporcionó prestigio internacional a una nueva generación
de directores y actores franceses, algunos de los cuales aún
hoy siguen en activo.
Las
raíces de la Nouvelle Vague son indisolubles del nacimiento,
en abril de 1951, de la revista "Cahiers du Cinéma".
Dirigida en sus primeros tiempos por André Bazin, esta
publicación logró aglutinar a su alrededor a muchos
de los críticos que, años después, se atreverían
a ponerse tras la cámara dando forma a la Nouvelle Vague.
Entre otros, escribían regularmente en sus páginas
Jean Luc-Goddard, François Truffaut, Claude Chabrol, Eric
Rohmer y Jacques Rivette.
Todos ellos compartían una formación
fundamentalmente cinéfila, adquirida como espectadores
de los cine-clubs de la capital francesa. Además, les unía
un visceral rechazo hacia la mayor parte del cine que se producía
en su país, al que calificaban de anquilosado y apartado
de la realidad y dedicaban apelativos poco cariñosos como
"cine de qualité" o "cine de papá".
Todas estas ideas quedaron plasmadas con meridiana claridad en
el artículo de François Truffaut "Una cierta
tendencia del cine francés", publicado en 1954, considerado
uno de los primeros manifiestos de la Nouvelle Vague.
Más
allá de la vertiente crítica, a menudo desproporcionada
y excesiva, "Cahiers du Cinéma" proporcionó
el caldo de cultivo idóneo para el desarrollo de las ideas
que forman la base teórica de la Nouvelle Vague. Entre
ellas ocupa un lugar esencial la "política de los
autores", principio desarrollado por el propio André
Bazin que supone "elegir el factor personal como concepto
de referencia en la creación artística". Esta
teoría sitúa al director como el responsable último
de la película desde el punto de vista creativo, por lo
que se prefiere a aquellos cineastas que imprimen su sello con
mayor claridad. Siguiendo este criterio, los escritores de "Cahiers
du Cinéma" expresaron su admiración por autores
como Hitchcock, Ford, Hawks o Ray en Estados Unidos y Bresson,
Renoir, Vigo, Becker, Ophüls o Tati en Francia.
Desde el punto de vista cinematográfico, la obra
de los miembros de la Nouvelle Vague destaca por su heterogeneidad.
"Veo un sólo punto en común entre los jóvenes cineastas: todos
juegan con bastante frecuencia al petaco", bromeó incluso François
Truffaut. En todo caso, resulta evidente que todos ellos compartían
al menos un interés por llevar a la pantalla asuntos más próximos
a la realidad social, así como una mayor autoconciencia de la
importancia del lenguaje cinematográfico, que se resume en el
famoso aforismo de Godard "Un travelling es una cuestión moral".
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