Y
llegó el nuevo milenio, el momento fijado por Stanley Kubrick
para que se cumpliera la profecía que lanzó al mundo con 2001,
una odisea del espacio. Treinta y tres años después, Kubrick
ha muerto y los humanos aún seguimos preguntándonos si estamos
solos en el universo. 2001 tiene más vigencia que nunca.
Por eso vuelve a nuestras pantallas.
La
fascinación que la humanidad siente por su futuro es prácticamente
inagotable. Desde los tiempos más remotos, un nutrido grupo de
oráculos, visionarios, futurólogos y profetas se repiten de forma
continua a lo largo de la historia, tratando de calmar la incertidumbre
que, como hombres, sentimos ante lo que ha de llegar.
Algo
de esto debía dormir en los lugares más íntimos de Stanley Kubrick
cuando planeó rodar 2001, una odisea del espacio (1968).
En este filme rocoso y duro, de escasos diálogos y de imágenes
reveladoras descansa toda una teoría acerca del destino del ser
humano, una profecía visual.
Al
realizador neoyorquino nunca le gustaron los retos pequeños (o
lo apostaba todo o no apostaba nada); así que tras rodar ¿Teléfono
rojo? Volamos hacia Moscú (1963), empezó a reflexionar sobre
las grandes preguntas. ¿Hacía donde se dirige la humanidad? ¿Como
evolucionaremos? ¿Como avanzará el desarrollo tecnológico? La
Odisea, su profecía, parece ser un primer intento de responder
a tan complejas cuestiones. Sin embargo, Kubrick no sería un oráculo
gratuito. Iba a tratar de encontrar el siguiente paso lógico,
científico, en la evolución; anticipar a través de la imagen un
tiempo que, tal vez, él ya no presenciaría.
Para
filmar 2001, una odisea del espacio el genial cineasta
estadounidense se rodeó de asesores y expertos en los más diversos
campos: astronomía, física, responsables de la NASA, antropólogos.
Sabía que para explorar el futuro era necesario comenzar por el
pasado, acudir a las raíces más primitivas del hombre. Así, leyó
centenares de libros sobre sociedades primitivas, sobre antropología
y prehistoria. Exploró los distintos patrones de la evolución
hasta la actualidad y decidió cómo sería
su película.
Pasaron
cuatro años antes de que todo estuviera dispuesto. Kubrick sabía
que ante todo se enfrentaba a un material de ficción, por eso
recurrió al novelista Arthur C. Clarke, que vivía retirado en
la verde isla de
Ceilán. Éste, al principio, cuando el realizador neoyorquino contactó
con él, creyó que sencillamente quería adaptar una de sus novelas.
Sin embargo, la idea del cineasta era muy distinta y el propio
Clarke pronto se dio cuenta de ello: "él tenía muy claro cuál
era su objetivo y buscaba el mejor medio para aproximarse a él.
Quería hacer un filme sobre la relación del hombre con el universo"(1).
Y
en abril de 1968 Kubrick lanzó el guante. Con su película afirmaba
que en el espacio estaba el siguiente paso evolutivo del hombre,
que el ser humano estaba irremediablemente destinado a las estrellas.
Y todo eso en una momento en el que ni tan siquiera se había pisado
la luna por primera vez.
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