Los comienzos de la Guerra Fría son sin
duda una de las épocas más oscuras para la industria
de Hollywood y por ende para toda la sociedad norteamericana.
Nunca como entonces en toda la historia de los Estados Unidos
las libertades civiles estuvieron tan cercenadas, sacrificadas
ante la paranoia suscitada por el "enemigo rojo". Esta
situación tuvo un fiel reflejo en el cine estadounidense,
que fue escrutado hasta la saciedad por el senador ultraconservador
Joseph McCarthy, quien al frente del Comité de Actividades
Antiamericanas dirigió lo que se conoce como la "caza
de brujas" contra los profesionales de tendencia progresista
que trabajaban en Hollywood.
Ahora
la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados
Unidos recuerda sus años más oscuros en una exposición
planteada como un desagravio a los cientos de profesionales que
fueron incluidos en listas negras, encarcelados o forzados a exiliarse
durante los años cuarenta y cincuenta mientras la industria
les daba la espalda. Y es que las heridas abiertas por la "caza
de brujas" aún no han cicatrizado, como demuestra
la polémica que rodeó al Oscar honorífico
recibido en 1999 por Elia Kazán, uno de los "arrepentidos"
que acusó a sus propios compañeros de pertenecer
al Partido Comunista para librarse del ostracismo.
En realidad, el Comité de Actividades Antiamericanas
había iniciado su lucha contra los presuntos comunistas
de la Meca del cine a finales de la década de los 30. La
presencia entre los investigados de grandes figuras como James
Cagney o Humphrey Bogart anticipaba la incidencia de la futura
inquisición durante la posguerra en el cine americano.
El ingreso de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial paralizó
tales indagaciones, pero la escalada comunista en el plano internacional
tras el cese de las hostilidades motivó el retorno de los
"cazadores de brujas" cinematográficos, en un
naciente clima de Guerra Fría. La persecución se
extendería durante casi una década, con dos oleadas
de máxima intensidad en 1947 (año en el que fueron
llamados a declarar los famosos "Diez de Hollywood")
y 1951.
Una gran parte de la culpabilidad en la hecatombe
originada por el Comité de Actividades Antiamericanas puede
adjudicarse a la propia industria. Si al principio los Estudios
quisieron enfrentarse a la agresión, finalmente decidieron
someterse mediante la instauración de listas negras que
impedían trabajar en los estudios a los encausados, cuyo
número se elevaría finalmente por encima de los
tres centenares.
Hay que tener en cuenta también la difícil
situación que atravesaban las grandes compañías
cinematográficas, amenazadas por el creciente auge de la
televisión y los esfuerzos oficiales para desposeerlas
del control de los circuitos de salas. Unidas al miedo a las huelgas,
todas estas circunstancias provocaron el progresivo aumento de
los blacklisted, entre los que también se encontraban
algunos profesionales que, sin ser llamados a declarar, eran considerados
sospechosos de izquierdismo por los dirigentes de las empresas
con las que colaboraban.
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