El salto definitivo a la fama se produjo gracias
a una de estas obras: su interpretación teatral del vulgar,
ignorante y brutal Stanley Kowalsky en Un tranvía llamado
deseo de Tenesee Williams, un papel con el que repetiría
algunos años más tarde en el cine. A partir de aquí
Brando se convirtió en el abanderado de un nuevo concepto
de la interpretación en los Estados Unidos, el método
Stanislavsky. Y tuvo oportunidad de demostrar cómo funcionaba
la fórmula, un par de años más tarde, con
su debut fílmico en The Men (1950), donde interpretaba
a un militar paraplégico. Para preparar su personaje el
actor se recluyó durante un mes en un hospital de veteranos
de guerra.
Sin
embargo, el filme pasó relativamente desapercibido y Brando
tuvo que esperar algo más para destacar con el papel que
le dió fama en el teatro: su Stanley Kowalsky le proporcionó
la primera de las cuatro nominaciones consecutivas al Oscar que
el actor cosechó durante el primer lustro de los cincuenta.
Tras Un tranvía llamado deseo, le llovieron las
ofertas más diversas y realizó sus mejores trabajos:
el líder mexicano Emiliano Zapata en Viva Zapata!
de Elia Kazan; Julio César, donde interpretó
a Marco Antonio; ¡Salvaje! y La ley del silencio
con la que, tras tres intentos, ganó al fin su primer Oscar.
Brando había pasado de ser un auténtico desconocido
a acumular tres nominaciones y un Oscar en tan sólo cinco
años, convirtiéndose así en un auténtico
mito de la pantalla, en el símbolo de una nueva forma de
actuar frente a las cámaras.
Sin embargo, su carácter inestable, su tendencia
a anticipar el fracaso, a protegerse de la presión, le
impidieron asimilar el éxito, impulsándolo a escoger
producciones que estaban abocadas al fracaso como Desiree,
donde interpretaba a Napoleón Bonaparte, o La casa de
té de la luna de agosto. Brando comenzaba a cansarse
de las alabanzas y todo cristalizó en la década
de los sesenta, durante la cual el actor trataba de esconderse
en filmes de poca monta como Reflections of a Golden Eye,
Mutiny on the Bounty, Candy o la fallida comedia
de Charlie Chaplin La condesa de Hong Kong.
Fue
necesario esperar hasta 1972 para que el genial actor se decidiera
a demostrar que aún seguía vivo, que le restaba
algo que decir. Entonces se presentó a una prueba para
el papel de Don Vito Corleone en la película El padrino
y Francis Ford Coppola decidió contratarlo, a pesar de
contar con la oposición frontal de la Paramount que catalogó
a Brando de "conflictivo". Y no se equivocaban: Brando
ganó el Oscar a la mejor interpretación, pero no
se dignó a ir a recogerlo. En su lugar envió a una
chica india que leyó un manifiesto contra la opresión
del gobierno estadounidense hacia su pueblo. El actor remató
la faena al año siguiente, volviendo a obtener una nominación,
y el aplauso de la crítica, con su papel de maduro torturado
en El Último tango en París de Bernardo Bertolucci.
Todo parecía preparado para que Brando regresase por la
puerta grande, de forma definitiva.
Sin embargo, parece que realmente había
dejado de interesarle el cine. Tras demostrar a todos que seguía
siendo igual de bueno, Brando volvió a desaparecer en la
sombra, abandonando su refugio para realizar pequeños personajes
que le reportasen buenas sumas de dinero o por el mero placer
de echar una mano a sus amigos. Así ocurrió en Superman
(1978), Apocalipse Now (1979) y, más recientemente,
en Don Juan de Marco (1995). Ahora, con 76 años,
enfermo de neumonía, agobiado por las deudas, Brando vuelve
a la carga junto a uno de sus más aventajados discípulo,
Robert de Niro en The Score.
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