Kioto,
1956; Marlon Brando vive desde hace un par de meses en un lujoso
hotel de la tranquila ciudad de Kyoto, en Japón. Allí
rueda a las órdenes de Joshua Logan el filme Sayonara,
por el que obtendría una nominación al Oscar. Tras
la negociación con la Warner, las condiciones para él
son magníficas, ya que el estudio ha accedido a todas sus
pretensiones económicas. Además, Brando afronta
el proyecto con entusiasmo: pretende escribir su primer guión
durante el rodaje y está dispuesto a aprovechar la oportunidad
para estudiar tenazmente la cultura y la filosofía nipona.
En esas condiciones espera hallarlo uno de los cronistas más
certeros de nuestro tiempo, el periodista y escritor norteamericano
Truman Capote con el que Brando había concertado un reportaje.
Sin embargo, en los días previos a este encuentro las cosas
cambian; el genial actor se tambalea, ahora ataca duramente al
equipo de la película, a sus compañeros. Capote
lo registra todo. Meses después aparece el reportaje y
Brando monta en cólera.
Truman Capote retrató a Marlon Brando como
un tipo desordenado, caótico, sentimental, voluble, sibarita,
filósofo, confuso, egocéntrico, solitario, misterioso,
indiferente, colérico, amable, infantil, desbordado por
la fama... en definitiva: un intenso enigma, una ecuación
irresoluble, un hombre diáfano e inescrutable al tiempo.
El intérprete de Un tranvía llamado deseo
se transformaba en la fragmentación de sí mismo,
revelando una personalidad compleja que escapa de los las etiquetas,
positivas o negativas, con las que la industria del cine trataba
de clasificarlo en esos momentos. Unas inclinaciones personales
que se iban a reflejar posteriormente en una carrera cinematográfica
caprichosa, discontinua y, sobre todo, genial.
Marlon Brando había nacido en Nebraska,
en la primavera de 1924. Fue el más pequeño de tres
hermanos y siempre se encontró muy unido a su madre, una
actriz aficionada a la que el actor definió en alguna ocasión
como "una criatura muy hermosa, celestial, un ser aniñado
que vivía en otro mundo". Brando heredó de
ella su desmedida vocación cuando, tras ser expulsado de
una prestigiosa escuela militar a los dieciocho años, su
padre le urgió a encontrar una profesión. Así,
el el joven marchó a Nueva York, a estudiar interpretación
bajo la tutela de Stella Adler, la afamada introductora del método
de Stanislavsky en Estados Unidos.
En
la Gran Manzana, Brando comenzó a dar muestras de su caótica
situación personal. Su casa era punto de encuentro para
todos los jóvenes actores, con las puertas abiertas para
aquel que quisiese entrar, todos deambulaban por allí mientras
Brando tocaba los timbales con entusiasmo o dormía en una
de las habitaciones interiores del apartamento. Por otro lado,
su trabajo tambíen empezaba a sobresalir en el Actor´s
Studio desde donde pronto dió el salto a diversas producciones
de Broadway como "I remember mama" o "Truckline
Café".
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