Por Manuel
Ortega
Nos adentramos en el verano y
ya sabemos lo que nos espera: películas dirigidas a las mentalidades
más infantiles, tanto a los que la tienen por el hecho y el
derecho natural de su edad, como a los que la arrastran sin
desprenderse de ella por más que pasen los años. Me hubiera
gustado poder reseñar esa película llamada El círculo,
de Yafar Panahi, el alumno más aventajado de Kiarostami (tan
aventajado que a veces lo supera), pero aquí en la provincia
de Cádiz eso resulta imposible, así que resignado me sumergí
en la mayor sala de cine del centro comercial, para rodeado
por una horda de pequeños salvajes, esquivar palomitas, aerolitos
caseros y vasos gigantes de refresco de cola (no diré marcas)
que sobrevolaban amenazantes mi cabeza.
Entre gritos orgásmicos, e incluso
me atrevería a decir que orgiásticos, de esa muchedumbre puber
y soliviantada, me dio por reflexionar sobre el sistema educativo,
sobre la culpabilidad compartida entre padres, profesores y
políticos, sobre la tutoría mediática acomodada y fácil, sobre
tantas cosas como me permitían el doble dolby surround,
las explosiones, los efectos digitales y la atronante banda
sonora que completan el kit (aunque más que completar, forman
y conforman) de esta mamarrachada.
Porque
yo tengo que hablar de cine, porque mi función es la de hacer
el análisis de las bondades artísticas de este producto (seguro
que algún crítico visionario de esos que dicen constantemente
"kistch" y "camp" se ocupara de glosar la indudable aportación
de la "obra" de ese "gran artista" que es Simon West para la
historia de la comunicación audiovisual). Por eso tendré que
decir la verdad y nada más que la verdad.
Algunas veces el cine deja de ser
cine y se convierte simplemente en un producto audiovisual (Jose
María Latorre dixit), un artículo para el uso y disfrute de
los adquisidores, como una garrafa de aceite de 5 litros o una
maquina cortacesped. Porque es necesario no olvidar que cuando
hablamos de cine (cine con minúsculas), hablamos siempre de
mercado, de taquilla y de industria. Así que eso es lo que hay
y me parece bien. Por eso esbozaré brevemente lo que vi.
Diremos, para empezar, que no tiene
guión (mal estructurado, mal escrito), que no tiene dirección
(su labor supongo que se limitó a decirles a los encargados
de los efectos especiales que había que rodar otra toma o que
ya estaba bien con las que tenían) y que no hay labor interpretativa
(creanme si les digo que los personajes del videojuego, al que
he jugado, protagonizan mejor su papel). Para mi esas son las
tres claves imprescindibles para poder hacer una buena película,
y aquí ninguna existe.
Los chicos gritaban a mi lado
cuando se producía una explosión (cada 12´5 segundos aproximadamente)
o cuando la bellísima y escultural Jolie, efectuaba con altanería
disparos con su ultramoderno arsenal de armas varias y/o esquivaba
a sus metálicos enémigos, con una gama de piruetas y cabriolas
que harían palidecer de envidia a la mismísima, y hoy
olvidada, Pinito de Oro. Yo los miraba asustado como en La
invasión de los ladrones de cuerpos. En definitiva una inmensa
nadería con grandes explosiones, un nuevo strip-tease del hombre
invisible, esto es, nada por fuera, nada por dentro.
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