Por
José Antonio Díaz
Insistir en el subgénero de golpes
o atracos perfectos puede parecer, a primera vista, una apuesta
comercial segura a la par que dudosamente creativa. En realidad,
si se desiste a estas alturas, como es el caso de The Score,
no sólo de dar una vuelta de tuerca a este tipo de películas
aportando algún elemento netamente novedoso, como un argumento
especialmente enrevesado o un desenlace con "el más difícil
todavía", sino también de desarrollar la tradicional trama sin
los efectismos visuales y sonoros tan caros al thriller comercial
actual, una propuesta como ésta tiene más riesgos que garantías
comerciales, sin conseguir a cambio una vitola de cine de calidad
que le dé patente de corso.
The
Score, además, tiene una importante particularidad más:
ambientada en el Canadá francófono, sus responsables han respetado
el marco geográfico y han construido la historia sobre una ambientación
declaradamente europea, fotografía opaca de interiores incluida,
que a ratos incluso impregna el tono de la historia y el modo
en que se cuenta: menos vulgar aquél y más pausado éste.
¿Qué tiene entonces una cinta como
ésta que justifique contar una historia tan vista, aparte de
un reparto impresionante (con Robert de Niro y Edward Norton
en primer plano, y Marlon Brando como secundario de lujo)? Pues
lo más importante: un guión clavado, de esos que funcionan con
la precisión de un reloj, y unos personajes atractivos.
Estructurada en torno a tres grandes
secuencias (la del parque de Montreal en donde los protagonistas
obtienen y comprueban sobre la marcha las claves informáticas
de desactivación del sistema de cámaras que vigilan el emplazamiento
de la joya que quieren robar; la conversación entre Robert de
Niro y Marlon Brando a mitad del metraje en que aquél le manifiesta
a éste las dudas sobre la oportunidad del plan; y, finalmente,
la tradicional y larga secuencia final del golpe), los guionistas
no tienen más que introducir algunas secundarias entre aquéllas,
en las que se va dando cuenta de la información que van recopilando
los protagonistas para poder dar el golpe, para que el mecano
cinematográfico en que consiste este subgénero sea casi perfecto,
no sobrando casi ni una escena en un planteamiento que se quiere
básicamente funcional.
Y para que un planteamiento de
tal naturaleza no resulte excesivamente frío y atraiga la complicidad
del espectador, ahí están, no los personajes, correcta pero
insuficientemente perfilados, sino dos actores como De Niro
y Norton, cuya capacidad para otorgar credibilidad y, sobre
todo, carácter a sus respectivos personajes está por encima
de la mayor o menor entidad de éstos.
Al autolimitarse ostensiblemente
al relato de los preparativos y ejecución del robo en torno
al cual gira toda la historia, sin más complicaciones, The
Score consigue todo lo que pretende, por lo que la constatación
final de que, sin embargo, sabe a poco, no hay que achacarla
a su nula pretenciosidad, sino precisamente, lo que no suele
ser habitual, a la excesiva modestia de sus objetivos.
Paradójicamente, sus aciertos
dejan entrever sus limitaciones: la sugerente ambientación filoeuropea
que enmarca algunas de sus secuencias, pero, sobre todo, el
tempo pausado, clásico, con que se desenvuelven sus secuencias
(consigue el ritmo perfecto como debe: no de la sucesión injustificadamente
vertiginosa de planos, sino del engarce adecuado de las secuencias
que los contienen) permite deducir que no hubiera perjudicado
al tema principal del robo y hubiera enriquecido el conjunto
de la historia una mayor complejidad en la personalidad de los
personajes y de las circunstancias que éstos se mueven. De hecho,
el brusco cambio de comportamiento de Edward Norton en el desenlace
resulta un tanto arbitrario y, por tanto, impuesto a la benevolente
credulidad del espectador.
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