Por
José Antonio Díaz
Confortablemente instalada en la revisión paródica
del cine de terror adolescente, pero en realidad dirigida exactamente
al mismo tipo de público que disfrutó con el género objeto de
la parodia en los años 80 (los adolescentes de hoy, quienes
- el mundo se mueve menos de lo que parece - tienen los mismos
gustos que aquéllos), Scary movie 2 no merece siquiera
que se le otorgue el beneficio de la duda de la novedad, que
ya disfrutó en este sentido la serie de Scream, sino,
al contrario, la sospecha del oportunismo comercial más burdo,
que sus responsables, visto el resultado, no se preocupan lo
más mínimo por desmentir.
La
excusa argumental sobre la que se basa la colección de gags
presuntamente cómicos en que consiste la película es tan simple
como grotesco: con el objeto de hacer un estudio experimental
sobre el insomnio, unos estudiantes universitarios son emplazados
por el profesor de una de sus asignaturas a pasar un fin de
semana sin dormir en una casa aislada, a partir de cuya situación
de partida los imaginativos guionistas tienen ya el escenario
más directo para poder unir un gag tras otro a costa de las
tópicas situaciones de terror de películas previas.
Pero como lo de menos son los matices o el más
mínimo rigor narrativo, los guionistas no tienen ni la paciencia
de esperar que comience la convivencia de los estudiantes en
la casa para dar comienzo a la función: en la primera secuencia,
¡antes incluso de los títulos de crédito iniciales!, podemos
ver a un grupo de carrozas horteras cantando un par de canciones
patéticas en torno al piano que toca uno de ellos (sí, al más
genuino estilo Parada) y, de repente, cómo aparece en el salón
una niña en pijama con aspecto de la de El exorcista,
quien, ante la sorpresa de los invitados y la vergüenza de su
madre y anfitriona de la casa, se pone a mear de pies con una
abundancia a prueba de cualquier control hasta que forma una
auténtica laguna sobre la alfombra del salón. En la siguiente
secuencia, ¡todavía antes de que aparezcan los títulos de crédito!,
vemos a James Woods (que debe andar muy estirado de pasta o
no tiene el más mínimo aprecio por su profesión, que todo pudiera
ser...) asistiendo como sacerdote exorcista, junto con un ayudante,
a la niña incontinente, atada ya de manos y pies a la famosa
cama. Cuando el ayudante comienza la operación, el angelito
de la niña le responde devolviéndole sobre la cara una cantidad
de vómitos equivalente al menos a unas ocho o nueve comidas,
a lo que aquél responde a la niña de igual manera (y en igual
cantidad), pero comoquiera que la niña repite la operación sobre
el careto de James Woods, éste imita la respuesta de su ayudante,
convirtiéndose la habitación en un delicioso y viscoso estercolero.
Y así durante más de una hora y media, cuya cuenta
atrás, eso sí, todavía no ha comenzado, porque todavía...¡no
han aparecido los títulos de crédito! Es decir, Scary movie
2 es una sucesión interminable de escenas basadas en esa
invitación a la alta cultura que llamamos "caca-culo-pedo-pis".
Durante su proyección, a uno se le pasa por
la mente aquél tópico de cuánta basura nos sueltan las grandes
distribuidoras estadounidenses, aprovechándose del oligopolio
de hecho que disfrutan en el mercado español, a costa de películas
europeas cuya sola comparación con esos productos de serie Z
sería casi un insulto y que o no consiguen ser estrenadas en
nuestros cines o, como mucho, lo hacen marginalmente. Pero cuando,
ya comenzada la película, entra a la sala una pareja al menos
veinteañera (y de ahí para arriba) y, nada más sentarse, y ante
la imagen de un picaporte antiguo en forma de dos testículos
que alguno de los estudiantes que van llegando a la casa en
cuestión golpea contra la puerta para que alguien se la abra,
se desternilla de risa, uno cambia sobre la marcha su conclusión
y se le ocurre que la gente tiene en la cartelera lo que se
merece y que el mercado, con todas sus imperfecciones, es más
sabio de lo que parece .
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