Por Manuel
Ortega
John Boorman no es santo de mi
devoción como bien puede apreciarse en el perfil publicado en
esta misma página. Me molesta mucho sus constantes intentos
de lograr la categoría de autor a costa de sacrificar las leyes
más elementales del lenguaje cinematográfico (siempre la base
primordial, de Dreyer a Buñuel, de Wilder a Allen) que sin duda
es lo más importante para llegar al buen fin de hacer cine de
calidad. Se le olvida por el camino, perdido en el ansia de
trascender, de hacer trascender su propia personalidad por encima
de la esencialidad (de la matriz, de la fisonomía) del llamado
séptimo arte.
Sorprende
que nuestro autor la emprenda con una novela de espionaje, firmada
por John LeCarre, autor que no se encuentra en el culmen de
la exquisitez y la intelectualidad elitista y sólo destinada
a unos pocos elegidos, sino más bien se trata de un hacedor
de best-sellers siempre acompañado por el éxito, por
millones de lectores sin gran preparación cultural y con millones
y fincas para dar y regalar. El Sastre de Panamá juega
a ser una sátira sobre espías, embajadas, organizaciones secretas
y países subdesarrollados, donde para rizar el rizo se cuenta
con el mediocre Pierce Brosnan (no creo que haya que recordar
que ahora mismo es el prototipo mundial del espía, al ser el
elegido para interpretar al prototipo mundial de este tipo de
espías, resumiendo, Bond, James Bond) y donde tristemente nos
encontramos con un panorama desolador.
Es insulsa, aburrida, ridícula,
juega a ser abstracta y se queda en obtusa, su pretendido sentido
del humor está a la altura del de Cruz y Raya. Como muestra
un botón (y perdonen el chiste fácil): El sastre toma medidas
a Pierce Brosnan, y al llegar a la entrepierna le pregunta que
hacia que lado descarga, aludiendo por supuesto a la inclinación
del pene. Le comenta que ahora la gente lo suele hacer a la
izquierda y no sabe si es por política (ha habido un cambio
de gobierno). Risas tontas del sastre. Contestación del espía:
Hace tiempo que no la encuentro, la hija de puta pendolea como
una veleta (sic). Más risas. El chiste se vuelve a repetir varias
veces como paradigma del humor inteligente y sutil. Apreciemos
sus matices
Además de esa utilización chusca
de un humor de parvulario, utilización constante a lo largo
del metraje, también molesta el tonillo autoparódico del guión
y de las interpretaciones, que en la mayoría de las ocasiones
bordea el ridículo y, con profusión, cae en él. La batalla de
mentiras y medias verdades entre los dos protagonistas es previsible
y no deja lugar a la chispa ni a la improvisación, los personajes
femeninos están desdibujados (Catherine McCormak) o mal dibujados
simplemente (Jamie Lee Curtis, Leonor Varela), la fotografía
es de telefilm y la atmósfera panameña no es creíble en ningún
momento, ni en lo que se refiere al retrato social, económico
y geográfico del país, ni en lo referente a la tensión política
que se está produciendo. En fin, un auténtico desastre. Y perdonen
nuevamente por el chiste fácil.
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