La carrera cinematográfica de John Boorman comienza
en el año 1965 aunque la primera noticia que se tiene en España
se dará dos años más tarde, cuando se estrena A quemarropa
(Point Blank, 1967), un ultraviolento film noir imbuido
además en todos los artefactos de moda que había traido la Nouvelle
Vague (oníricas imagenes, surrealistas paréntesis, narratividad
abrupta y caprichosa).
Desde
este primer triunfo Boorman dejaría claras las que iban a ser
las pautas de su posterior carrera: una habilidad y un gran gusto
por la violencia y por el empaque visual de su cine y, por otra
parte, un ansía inilimitada por transcender con alegóricas disquisiciones
sobre el hombre, la naturaleza y la propia narración cinematográfica.
Un ansia marcada por un desfase entre la inteligencia y la capacidad
del sujeto y su casi divina voluntad mesíastica/mensajística.
A quemarropa puede ser su mejor filme, donde
el intento de casar los nuevos aires del otro lado del Atlántico
y el más clasico cine negro americano no resulta estomagante.
Además, aprovechó el tirón de la magnífica pareja Marvin/Dickinson
que había protagonizado tres años antes la magnífica Código
del hampa, una de las obras maestras de Don Siegel.
Su siguiente proyecto también es de los que han
quedado en la mente, por su atractiva propuesta (dos soldados
enémigos condenados a convivir en una isla desierta) y por la
dificultad de llevarla hacia delante. Infierno en el Pacífico
(Hell in the Pacific,1969) cuenta con la baza de que
esos dos soldados están interpretados por dos de los mejores actores
de la historia, Lee Marvin y Toshiro Mifune, que saben llevar
a sus personajes por el trayecto moral y personal de su estancia
en la isla (del odio al aprecio, de la desconfianza al conocimiento).
Además, sus ocasionales dosis de histrionismo no
sabemos si son achacables a la dirección de Boorman o a la desquiciante
situación de los personajes. Por lo demás una alegoría sobre la
convivencia de los seres humanos en un paraiso inexplorado, a
lo Adán y Eva sin sexo (algún crítico filogay habrá visto seguras
connotaciones homosexuales en esta relación), una tesis sobre
la naturaleza cruel, o no, del hombre, una reflexión en torno
a la posibilidad del perdón y de la redención. Pero todo teñido
con un caracter pesimista que queda diluido a ratos y que al final
se cierra con una conclusión incompresible o, al menos, discordante
con todo lo anteriormente expuesto. Parece que Boorman no estuvo
a la altura de lo que estaba haciendo y quiso dejar su impronta.
Técnicamente bellisima, como no podía ser menos si mezclamos a
Boorman y la naturaleza. Desconozco su siguiente producción, aunque
podemos decir que fue un fracaso crítico/comercial y el debut
americano de Mastroiani. Leo el último (Leo the last,1970)
no corrió mejor suerte en nuestro pais. Al no ser que alguna televisión
la recupere, tendré que seguir guardando total mutismo sobre sus
virtudes y defectos.
En 1972 realiza Deliverance (Deliverance,
1972), donde un fin de semana se convierte en una epopeya marcada
por la violencia extrema y la supervivencia más primitiva. Cuatro
hombres distintos (con cuatro tipologías distintas y metafóricas
por supuesto) conocen todo lo que le oculta su acomodaticia vida
social en la gran ciudad. Su viaje en piragua por un río que cruza
un bosque que será próximamente inundado, les pone en contato
con los salvajes habitantes de la zona, contrarios al cambio.
Como vemos, otra vez nos hallamos ante un nuevo enfrentamiento,
un nuevo choque entre individuos, entre los cuatro excursionistas
y los habitantes del bosque, y entre los cuatro excursionistas
entre sí, una nueva dicotomía entre la naturaleza inexplorada
y salvaje y la tecnificación y superficialidad de la gran urbe,
entre la propia naturaleza (inexplorada y salvaje, si se quiere)
del hombre y la condición (tecnificada y supeficial, si se quiere)
del humano urbano contemporaneo. Nuevamente una pelicula impecable
visualmente, un ágil ejercicio cargado de ritmo, una acertada
técnica narrativa ahogada nuevamente por las elevadas y equivocadas
miras, que aunan simbolos y mensajes por cada metro de película.
Una grandisima obra maestra comparada con su siguiente
intento de transcender, la indescriptible Zardoz (Zardoz,
1973), culmen de la petulancia, una de las películas más irritantes
de la, a veces irritante, historia del cine. Crecido por el éxito
incontestable de Deliverance, Boorman da rienda suelta
a su imaginería y nos cuenta la vida y costumbres de los seres
vivos en el 2293. Claro, la vida y costumbres según la evolución
del hombre que el preconiza con sus teorías. Nos presenta a dos
tipos de humanoides, un tipo conformado por los descendientes
de los científicos (ya sabemos el apego del señor Boorman por
lo natural) que son los que dominan el mundo y que son, por supuesto,
los malos, y otros grupo formado por seres controlados y reprimidos
que ayudados por la inestimable colaboración de uno de los pertenecientes
al primer grupo (Sean Connery con el pecho al descubierto) intentarán
que todo cambie. Por supuesto no faltan claves, simbolos, mensajes,
metáforas, analogias, paralelismos, pedanterías.... Lo que sí
falta en esta ocasión son los aciertos visuales y técnicos de
las otras películas. Una obra absoluta para su autor, una insufrible
(no puedo contar como termina porque no fui capaz de concluir
su visión) nadería para el resto del planeta.
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