Por
Alejandro del Pino
En los últimos años el implacable voyeurismo
televisivo ha sido alimentado con programas en los que el espectador
asiste a la lucha por la supervivencia de un grupo más
o menos variopinto de concursantes dispuestos a todo por obtener
un jugoso premio. Excusado por un pretendido interés
sociológico, camuflado por un engañoso halo de
aventura exótica o montándolo como una benévola
academia para artistas vocacionales, todos esos programas se
aprovechan de la curisodad insaciable del ser humano (los espectadores)
y de su afan por enriquecerse y/o, en su defecto, conseguir
notoriedad pública (los concursantes).
Parecidos
mecanismos conductuales impulsan a los protagonistas de Ratas
a la carrera a embarcarse en una enloquecida aventura en
busca de un tesoro. Pero no hay nada nuevo en esta historia.
La película de Jerry Zucker - director de exitosos filmes
como Aterriza como puedas, Top secret o Ghost
- actualiza un argumento desarrollado en la década de
los 60 en divertidas comedias corales como La carrera del
siglo, de Blake Edwars, o El mundo está loco,
loco, loco.
En este caso, los protagonistas son varios clientes
de un Casino de Las Vegas que reciben la propuesta de un excéntrico
millonario para que se lancen a una despiadada carrera a través
del desierto hasta la consigna de una estación donde
se han depositado 2 millones de dolares. Su aventura es seguida
por un grupo de multimillonarios aburridos que para matar el
tiempo apuestan por las cosas más inverosímiles.
Ratas a la carrera es ante todo una comedia
sin pretensiones, tan previsible como eficaz, cuyo principal
mérito es enganchar al espectador gracias a un hábil
desarrollo narrativo y a un guion disparatado pero coherente.
Todo se resuelve de una manera muy simple y esquemática,
pero Zucker ha sabido construir personajes verosímiles
dentro de su excentricidad. Cada personaje experimenta una cierta
evolución vital a lo largo de la película y sin
pretenderlo, el filme consigue retratar una de las caras menos
vistosas del American Way of Life, con su carreras de
camiones, sus ridículas urbanizaciones con hierba artificial
en medio del desierto o sus legiones de ciudadanos obsesionados
con los más extravagantes personajes históricos
o de ficción.
En
general, los gags de Ratas a la carrera provocan
poco más que una mueca benévola cuando no las
más abosluta indiferencia. Son gracias de tebeo - con
persecución final incluida - que reproducen con cierta
torpeza los estereotipos y lugares comunes propios del género.
Sólo en algunos momentos se deja entrever el humor burdo
pero efectivo que ha hecho famoso a Jerry Zucker. En este sentido
destacan las escenas de transición que describen las
disparatadas apuestas de los millonarios o la delirante visita
que hacen varios personajes a un peculiar museo dedicado a Barbie.
Como en las dos comedias clásicas que
le sirven de referente (La carrera del siglo y El
mundo está loco, loco, loco) uno de los principale
atractivos de Ratas a la carrera es su reparto estelar,
formado por algunos de los cómicos más destacados
del cine norteamericano reciente - Whoopi Goldberg, Cuba Gooding
Jr., Steh Green, Jon Lovitz... - y dos singulares actores británicos:
John Cleese, fundador de los Monthy Python, y el histriónico
Rowan Atkinson (Mr Bean).
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