Por David
Montero
Asegura el director alemán
Tom Tykwer en una entrevista que, al ver el cine de Julio Medem,
se ha sentido comprendido, reconocido como si hubiese encontrado
su propio rostro en un espejo: "me parece asombroso que tengamos
tantos puntos en común sin conocernos; estoy seguro de
que cuando él vea mis películas descubrirá
que tiene un alma gemela en otro país". Realmente,
La princesa y el guerrero puede compararse con Los amantes
del círculo polar del genial director vasco; en ambas
el azar actúa como motor irracional de la película;
el amor, como salvación redentora; los dos cineastas reivindican
a través de sus filmes la fábula cinematográfica
y asumen también el reto de extrañar al espectador
ante la pantalla... Pero vayamos por partes.
La
princesa y el guerrero cuenta una historia de amor poco convencional:
Sissy es una enfermera joven y taciturna que trabaja en el hospital
psiquiátrico Birkenhof, entre desequilibrados mentales.
Por su parte, Bodo es un militar retirado que planea atracar un
banco junto a su hermano para escapar del opresivo ambiente de
Wüperthal. Sus destinos se cruzan bajo un camión que
atropella a Sissy; entonces Bodo salva su vida, gracias a una
rápida traqueotomía, pero desaparece dejando como
único rastro un botón de su cazadora. A partir de
ahí, Sissy decide buscarlo incansablemente, convencida
de que el hecho de que Bodo estuviese allí no era una mera
casualidad.
Tras su apabullante éxito
con Corre Lola, corre, muchas eran las miradas que se habían
fijado en el alemán Tom Tykwer para estudiar con lupa su
siguiente filme, examinando si este éxito, la maestria
que demostró entonces, era una sencilla casualidad o la
película señalaba la madurez de un cineasta interesante
en el recuperado cine germano de los últimos años.
Ahora podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Tom Tykwer
no era un fraude. La princesa y el guerrero es una fábula
exuberante y diversa, difícil de disecar en unas pocas
líneas. La película es, al tiempo, sentimental y
violenta; casual e inteligente; sorprendente y filosófica.
Un ejercicio hipnótico, que traslada a la pantalla, en
versión postmoderna y a ritmo de drum & bass,
la fascinación que sentíamos antaño por los
cuentos de amor, por aquellas historias que hablaban de príncipes
a caballo y de princesas rebeldes y preciosas.
La cosa no queda ahí. Con
La princesa y el guerrero Tykwer propone (y expone) un
amplio catálogo visual con contrapicados imposibles, coreografías
de imágenes, flashbacks... y, sobre todo, un sentido del
ritmo personal, que el cineasta ya dibujó en Corre Lola,
corre y que ahora se adapta a un paso más sosegado,
a un filme más tranquilo.
Tan sólo dos observaciones
habría que colocar en el platillo negativo de la balanza.
Primero, la película se alarga de forma innecesaria. Tras
el climax narrativo, el epílogo es denso y torpe, y provoca
en uno el regusto amargo, la sensación de que el filme
debió acabar bastante antes. Segundo, durante toda la historia
uno siente que Tykwer se empeña en demostrar algo, exhibiendo
sus habilidades técnicas a la más mínima
oportunidad. Lamentablemente, esto desactiva en cierta forma el
poder de algunos planos, a los que el espectador llega ya saturado
de estilismo.
Además de emparentarse
en la línea de Julio Médem, Tom Tykwer rueda ahora
Heaven, basado en un guión de Kristof Kieslowsky
con Cate Blanchett y Giovanni Ribisi a la cabeza del reparto (esta
vez sin Franka Potente). Con un guión del maestro checo
entre las manos, las posibilidades de Tykwer son más que
interesantes. Sólo queda esperar.
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