Por
David Montero
Desde
que en 1966, Isaac Asimov publicase su novela "Un viaje alucinante"
(con posterior adaptación cinematográfica a cargo
de Richard Fleischer), la posibilidad de viajar dentro del propio
ser humano, sumergidos en una geografía de órganos
gigantescos y peligrosas mareas de sangre, ha sido un tema recurrente
en el cine de ciencia-ficción. En la mayoría de
ocasiones, el enemigo a combatir en estos filmes solía
ser una peligrosa enfermedad o un implacable virus, como ocurrió
en El chip prodigioso o en Body Wars, ambas estrenadas
a finales de la década de los ochenta. Ahora, los que han
recogido el testigo de este tipo de películas son los gamberros
hermanos Bobby y Peter Farrelly, responsables en los últimos
años de comedias escatológicas y alocadas como Algo
Pasa con Mary o Yo, yo mismo e Irene. A priori la mezcla
no pega mucho y la pregunta es evidente: ¿qué puede
resultar de combinar los fantásticos viajes al interior
del cuerpo humano con el espíritu cachondo y burlón
de los Farrelly?
La respuesta es Osmosis Jones, un filme
de premisa interesante, pero desarrollado con pobreza y desgana
contagiosas. Mezclando escenas reales con dibujos animados, Osmosis
Jones cuenta la historia del glóbulo blanco del mismo
nombre: un policía bastante chuleta y payasete (imaginen
al Príncipe de Bel Air al estilo Superdetective en Hollywood)
que se dedica con poca suerte a patrullar Ciudad Frank, es decir,
el organismo de un guarda del zoo algo guarrete. El problema aparece
cuando Frank se come un huevo duro que se ha caido al suelo ("
mi filosofía es: si no han pasado más de diez segundos,
no hay peligro") y pilla una terrible infección causada
por un virus letal, Thrax, cuyos planes incluyen destruir a Ciudad
Frank y a todos sus habitantes en un tiempo récord. Con
la ayuda de una cápsula contra el catarro, Drix, Osmosis
Jones tendrá que salvar su mundo y reivindicar su valía
como policía.
El
principal problema de Osmosis Jones es la endeblez del
guión, su falta absoluta de originalidad. A pesar de que
el punto de partida de la historia es atractivo, durante su desarrollo
el filme se pierde en todos los tópicos imaginables, combinando
la manida receta de las "buddy movies" con los guiños
más insulsos de ciertas cintas familiares (arquetipos,
moraleja, conflictos de familia...). La dejadez, la desgana con
la que está realizada la película parece indicar
que el principal objetivo de todos ha sido vestir bien el producto,
añadir algunos nombres de fama al cartel y esperar que
el público acudiese a las salas gracias al nombre de los
Farrelly. En este sentido, sus fans merecen un aviso: sin duda,
Osmosis Jones es el filme menos personal de la pareja de
directores hasta la fecha, ya que ellos no han intervenido en
el guión y ruedan menos de 1/3 del filme. Que nadie se
llame a engaño.
Por otro lado, la película también
tiene momentos divertidos, golpes de humor en el borde de la parodia
que aparecen de forma deslabazada, salvando al espectador del
sopor total. Principalmente, estos puntos tienen lugar cuando
el filme se adentra en el terreno de la intertextualidad, con
divertidos guiños a películas como El Padrino,
con una familia de mafiosos instalada en el sobaco de Frank, Matrix
o Titanic. También la recreación de Ciudad
Frank, reflejo de una urbe norteamericana con sus autopistas y
sus rascacielos, resulta original, aportando un matiz distintivo
al resultado final. En definitiva, si necesitan pasar por el médico
antes de ir a ver Osmosis Jones, sepan que la cosa no es
grave, aunque algo molesta: una simple infección.
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