Por
David Montero
Australia exporta, está de moda. Hace un
par de semanas, abría el fuego Nicole Kidman. Algo más
tarde, la seguía el joven Heath Ledger, protagonista de
Destino de Caballero y heredero de la rudeza austral que
Mel Gibson exhibe con buenos resultados en Estados Unidos. Después,
la sorprendente resurrección de Cocodrilo Dundee...
El último de esta lista es el realizador Jonathan Teplitzky
quien, con actores desconocidos y bajo presupuesto, ha alcanzado
un éxito sobresaliente en su país de origen, logrando
algunos premios y excelentes cifras de taquilla. Su apuesta es
un filme marcado por todas las características de un debut:
Mejor que el sexo.
El
argumento de la película es bastante sencillo: Josh y Cinthia
se conocen en una fiesta, comparten un taxi de vuelta a casa y
descubren, intuyen más bien, que se desean mutuamente.
La situación no parece plantear ningún problema
dado que él volverá a Inglaterra en apenas tres
días. Sin embargo, tras la primera noche, Josh se siente
empujado a quedarse y Cinthia desea retenerlo, así que
los dos comienzan una relación no confesada, azuzada por
la pasión sexual, pero que lentamente va desembocando en
algo mucho más profundo.
Con cierto afán documental, Teplitzky disecciona
los diferentes aspectos de la relación de Josh y Cinthia,
planteando al espectador y a sus personajes una serie de preguntas
de complicada respuesta: ¿qué convierte un encuentro
intrascendente en algo más serio, donde se implican también
los sentimientos? ¿Es posible salvar una relación
estrictamente sexual, tan íntima y poderosa, de la contaminación
del amor? ¿Se sale indemne de este tipo de aventuras? ¿Cuál
es nuestra actitud frente al sexo?. Todo ello empaquetado en un
envoltorio fílmico sencillo, aunque plagado de licencias
cinematográficas de mal tono en este tipo de historias
(testimonio frente a la cámara o abuso del flashback).
Esto convierte a Mejor que el sexo en una obra fácil
de digerir, relajada, bastante típica y ligera a pesar
de la cantidad de temas que aborda.
¿Hay
sexo? Mucho, aunque velado y nada gratuito. El sexo aparece en
este filme como un acertado termometro que mide la complicidad
de los protagonistas en distintos momentos, una especie de lente
de aumento gracias a la cual podemos adivinar si la unión
se encamina hacia la felicidad o el fracaso. Lo más interesante
es que, bajo el pretexto de sus prácticas sexuales, accedemos
al reducto íntimo de una pareja, su cama, en torno a la
cual gira toda la trama amorosa. Allí la relación
física pasa a ser tan importante como los momentos que
le preceden, los pensamientos que se desarrollan durante el acto
o las largas conversaciones posteriores.Ya las primeras tomas,
que se detienen en los objetos de la casa de Cinthia, nos advierten
que debemos prepararnos para un filme doméstico e íntimo,
consagrado a la introspección sentimental.
El principal mérito de Teplitzky ha sido
precisamente ése: construir un abigarrado mundo en común
partiendo de un encuentro fortuito, sin historias previas que
sustenten el desarrollo de la narración, restringiendose
a un espacio muy limitado. Para ello ha esbozado los personajes
a grandes rasgos, negándoles un pasado, lo que nos permite
conocerlos a medida que ellos mismos se conocen. En este sentido,
conviene destacar las interpretaciones de David Wenham y Susie
Porter, fantásticos en sus papeles de jóvenes a
medio camino entre la madurez y el miedo al compromiso.
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