Por
Carlos Leal
Hubo un tiempo en el que ser americano no significaba
necesariamente ser conservador. Una época en la que el
cine de Hollywood reflejaba la diversidad ideológica
de la sociedad estadounidense y producía películas
con fuertes preocupaciones sociales y abiertamente progresistas.
Luego llegó el senador McCarthy con las rebajas e impuso
un discurso dominante basado en la paranoia de la "amenaza
roja" y la imposición de la cárcel o el ostracismo
a quienes se atrevieron a discrepar.
Más
de medio siglo después de la caza de brujas, el "enemigo
comunista" ha sido sustituido por el "eje del mal"
y con la excusa del terrorismo las libertades civiles han vuelto
a sufrir un considerable recorte en Norteamérica. En
este ambiente toma especial relevancia la reflexión que
realiza el director Frank Darabont en The Majestic, en
torno a la sombra del autoritarismo que en todo momento planea
sobre la democracia. El director de Cadena perpetua y
La milla verde plantea su tercera película como
una gran metáfora al más puro estilo de Frank
Capra, en la que un guionista descreído redescubre las
esencias de la democracia en el ámbito de una pequeña
comunidad del norte de California.
Peter Appleton es un escritor a sueldo de un
gran estudio cuyo trabajo peligra cuando es citado a declarar
por el Comité de Actividades Antiamericanas y consecuentemente
incluído en las listas negras. En un giro de guión
con sabor a clásico, Appleton pierde la memoria después
de sufrir un accidente de coche y se instala en la pequeña
ciudad californiana de Lawson, cuyo sistema de funcionamiento
no difiere mucho del comunismo tan temido por los miopes inquisidores
de la caza de brujas. Allí le confunden con un joven
héroe de guerra que llevaba diez años desaparecido.
La afortunada casualidad de que el padre del
muchacho desaparecido, que adopta a Peter como su hijo, sea
el propietario de un decrépito cine de provincias permite
a Frank Darabont desarrollar un amplio muestrario de citas cinéfilas
que incluyen muchos de los clásicos del cine con conciencia
social estadounidense, desde El gran desfile a Las
uvas de la ira pasando por La vida de Emile Zola o
Ultimátum a La Tierra.
Sin
embargo, lo que separa a The Majestic de estas grandes
películas es su falta de compromiso ideológico.
Frank Darabont parece hacer suyas las palabras del protagonista
Peter Appleton, que se confiesa incapaz de distinguir a los
republicanos de los demócratas y los comunistas, y a
última hora sustrae la ideología necesaria para
dar sentido al largometraje y la sustituye por un patriotismo
trasnochado que resulta muy insatisfactorio hoy en día.
De este modo, en su tercio final el filme se muestra demasiado
simplista en sus planteamientos y esconde algún detalle
francamente risible bajo una capa de falsa ingenuidad.
Mejor funciona la película cuando deriva
hacia el melodrama, campo en el que Frank Darabont ya ha demostrado
sobradamente su talento. El director de Cadena perpetua obtiene
de Jim Carrey una de sus mejores y más contenidas interpretaciones
de su carrera, mientras que Martin Landau y la joven Laurie
Holden, que interpretan a su supuesto padre y a su novia respectivamente,
mantienen el buen tono. A su alrededor gira un amplio grupo
de personajes quizá algo planos en su concepción,
pero que juntos componen un fresco vivo y muy atractivo.
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