Por
Alejandro del Pino
Cuando el cine
intenta abordar temas de gran calado dramático y lo hace
además sin esquivar (voluntaria o involuntariamente)
un tono de gravedad, se sitúa en un terreno muy resbaladizo,
entre la recreación sublime y el puro pastiche pretencioso
y vacío. No hay reglas ni trucos que ayuden a equilibrar
la balanza hacia uno u otro lado, ya que son muchos los factores
que entran en juego: desde la perspectiva y expectativas del
espectador a la habilidad del director para sortear clichés
e introducir matices en el relato fílmico o la capacidad
de los intérpretes de dar credibilidad e intensidad a
sus personajes.
Intimidad,
dirigida por Patrice Chèreu (La Reina Margot)
y protagonizada por Mark Rylance, Kerry Fox y Timothy Spall,
entra de lleno en este terreno resbaladizo. Nos habla del sentimiento
de culpa, del miedo a la soledad, del vértigo emocional
ante unos encuentros sexuales tan intensos como efímeros,
de la certeza del fracaso -propio y de los otros- de la fragilidad
de un mundo que se ha construido a base de renuncias y abandonos,
y que en cualquier momento puede derrumbarse,.... Y lo hace
sin trampas formales (el sexo se muestra sin tapujos ni artificios),
renunciado a la contención dramática y a la sutileza
narrativa.
El desarrollo argumental se inspira en varias
obras del escritor Hanif Kureishi que Chèreu ha sido
capaz de fundir en un relato cinematográfico unitario
sin que se resienta la coherencia de la trama. El film viene
precedido por su éxito en la última edición
del Festival de Berlín - donde obtuvo varios galardones,
entre ellos el Oso de Oro a Patrice Chèreu y el Oso de
Plata para la actriz protagonista Kerry Fox- y cuenta además
con una atractiva banda sonora que combina la melancolía
de Tindersticks y Eyeless in Gaza con la contudencia de Iggy
Pop o Chemical Brothers, pasando por la frescura y vitalidad
de The Clash.
El mayor logro de Intimidad se encuentra
en su capacidad de articular dos registros y sensibilidades
diferentes. Por un lado, es cine introspectivo y poético,
que despliega una poderosa sensorialidad (más que sensualidad)
en las escenas íntimas y rastrea en los sentimientos
más hondos de sus personajes. Por otro, es cine de diálogos,
con un curioso giro narrativo a medio metraje y situaciones
dramáticas de una extraña dureza (a veces algo
incomprensibles), donde Chàreu traslada con acierto su
formación y experiencia en el mundo del teatro (tanto
por el ambiente que retrata como por la forma en que se desenvuelven
los personajes).
El
registro introspectivo brilla en las escenas que recrean los
encuentros sexuales, con esa sensación de desasosiego
que remite a lo mejor de El último tango en París.
El registro dramático deja también buenos momentos
como los turbadores y ambiguos diálogos entre el protagonista
masculino (Mark Rylance) y el marido de su amante (Timothy Spall)
o los estallidos expresivos de la neozelandesa Kerry Fox. La
película, sin embargo, pierde puntos en sus flash-backs
ralentizados o en el forzado dramatismo de ciertas escenas como
el encuentro final entre los dos protagonistas.
El film de Chèreu ha sido comparado con
Una relación privada, pero entre una y otra película
sólo hay semejanzas temáticas en ningún
caso estilísticas o de intenciones. En este sentido Intimidad
está mucho más cercana a El último tango
en París. Ambas tienen parecidos defectos y similares
virtudes: franqueza expresiva no exenta de cierta tosquedad,
una ambientación decadente y desolada, escenas sexuales
intencionadamente explícitas, tan provocadoras como turbadoras
y, sobre todo, una gran capacidad para condensar la sensibilidad
de una época más allá de sus virtudes narrativas
y formales.
|