Por
David Montero
"Es Dostoievski para los fans de Hitchcock",
con esta frase trataba de definir el crítico de la cadena
británica BBC la última película de los hermanos
Coen, El hombre que nunca estuvo allí. Obviamente
alude a la capacidad para combinar la profundidad psicológica
de su personaje central con una trama de cierto aire policiaco
(desencadenada por un asesinato) que acaba de forma impredecible
y alegórica. Sin embargo, el filme de los Coen es también,
y principalmente, una profunda reflexión en primera persona
sobre los mecanismos que determinan nuestro lugar en la sociedad.
La
génesis de El hombre que nunca estuvo allí
se remonta a 1994, al rodaje de El gran salto. Al parecer,
durante un descanso, Joel y Ethan Coen repararon en un póster
en el que se exhibían distintos cortes de pelo propios
de los años 40. Ambos debieron preguntarse por la persona
que, metódicamente, se encargaba de aquellos cortes y,
algo más tarde, decidieron plasmar su inquietud en un personaje
cinematográfico: el barbero Ed Crane. La forma de utilizarlo
llegó de la mano del escritor James M. Cain, responsable
de títulos como "El cartero siempre llama dos veces".
"En sus historias casi siempre los pringados son los héroes
protagonistas, gente fracasada. Nosotros queríamos alguien
así para que fuese el protagonista absoluto de nuestra
historia, un tipo con una existencia absurda y banal", afirma
Joel.
Y ciertamente la existencia de Ed Crane en el pequeño
pueblo de Santa Rosa (California) a finales de los años
cuarenta se reduce sencillamente a cortar el pelo, un día
tras otro, escondido en silencio tras la nube de humo de su cigarrillo.
Está casado con Doris, aunque ella aspira a algo mejor
y le es infiel. Su amante se llama Big Dave, un fanfarrón
propietario de los grandes almacenes donde ella trabaja. Ed lo
sabe todo y le importa poco ("Es un país libre")
pero decide sacar tajada de la cuestión, exigiendo, a través
de un anónimo, una suma de 10.000 dólares para mantener
en secreto la aventura. Su intención es hacerse rico con
un negocio de lavado en seco, sin embargo, nada va a ir como Ed
espera y su anónimo desencadena un rocambolesco efecto
dominó.
La principal controversia que ha desatado El
hombre que nunca estuvo allí es su rítmo, detenido
y pausado cuanto menos, que muchos han calificado como exasperante
y difícilmente soportable. "Es una película
de noventa minutos que dura dos horas", afirmó el
reconocido crítico francés Michael Ciment en el
pasado Festival de Cannes. Sin embargo, la cadencia que los Coen
han impuesto El hombre que nunca estuvo allí ha
dotado a la cinta de una calidad difícil de definir, un
tono entre hipnótico y burlón, reforzado por la
poderosa voz en off de Billy Bob Thornton y por la labor
actores como Jon Polito o Michael Badalucco. Exactamente como
el distintivo de la barbería que gira sin parar al comienzo
del filme: chusco y cautivador al mismo tiempo.
Toda
la película pasa hábilmente por los ojos de Ed Crane,
que observa lentamente la realidad en un afán absurdo por
comprender el desfile ruidoso y sin sentido que se desarrolla
ante sus ojos. La tarea de interpretar a este barbero recae sobre
Billy Bob Thornton que encarna su papel a la perfección,
componiendo un rostro pétreo e inescrutable que mantiene
sin embargo un gesto de intensa curiosidad. Junto a él
cabe destacar la interpretación de Frances McDormand, intachable
como siempre a las órdenes de su marido En los márgenes
del filme desfilan un buen número de rostros habituales
en el cine de los Coen a los que hay que sumar en esta ocasión
la genial aparición de Tony Shalhoub en el papel del abogado
Freddy Riedenschneider.
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