Por
David Montero
A
nadie sorprenderá que la Warner haya puesto buena parte
de su futuro en las manos de un joven mago si éste se llama Harry
Potter. En la planta de los ejecutivos, las calculadoras del "marketing"
aconsejaron hace ya unos años comprar los carísimos derechos de
las novelas de J.K. Rowlins; después, el estudio eligió a tres
actores y se lanzó a la producción de Harry Potter y la Piedra
Filosofal, la primera entrega de una saga que tiene previstos
hasta siete títulos. La película se convirtió en la segunda
más taquillera de la historia, sólo superada por
Titanic y el completo merchandising alivió las cuentas
de la Warner, que se puso manos a la obra para seguir exprimiendo
la jugosa naranja de Harry Potter, ahora con mucha más experiencia.
El resultado ha sido Harry Potter y la Cámara de los
Secretos, una cinta de entretenimiento maduro e imaginativo,
apta para casi todo tipo de públicos.
En esta nueva entrega, el joven mago se
enfrenta a su segundo año en la escuela Hogwarts, donde se reencuentra
con sus inseparables amigos Ron y Hermion. Muy pronto, por casualidad,
los tres topan con algo horrible: algunos compañeros han aparecido
petrificados junto a pintadas escritas con sangre. El asunto parece
estar relacionado con unas misteriosas voces que anuncian a Harry
Potter cada una de las actuaciones del criminal. Pero la génesis
de todo está en la Cámara de los Secretos, una estancia oculta
en algún lugar del colegio y que esconde a un horrible monstruo
llamado el Basilisco. De acuerdo con la leyenda sólo el heredero
del mismísimo Salazar Slitherin puede abrir la cámara y cuando
lo haga será el final de Hogwarts.
Mayor, más consciente y seguro de sus poderes,
La Cámara de los Secretos nos devuelve a un Harry Potter
que sorprenderá a quienes esperen una sencilla película para niños.
Los personajes han crecido respecto a la primera entrega, sus
conflictos son ahora de mayor calado ético y sus relaciones bastante
más complejas, hasta el punto de que a los más pequeños les costará
comprender algunos aspectos del filme. También la trama es distinta:
el guionista de la saga, Steve Kloves, ha adaptado la novela de
J.K.Rowlins dándole algo del estilo de los viejos filmes británicos
de misterio o de las novelas de Enyd Bliton, con Hogwarts como
escenario de una serie de crímenes (petrificaciones) donde todo
el mundo es sospechoso, incluido el propio Harry, que se ve obligado
a enfrentarse con su lado más oscuro al descubrir en él una serie
de cualidades que le acercan a la casa de Slitherin.
Pero,
a pesar de sus acertadas innovaciones, el mayor mérito de Harry
Potter y la Cámara de los Secretos consiste en haber sabido
evolucionar sin perder ni un metro del terreno ganado gracias
a la cinta original. La imaginación desbordante de Rowlins sigue
muy presente en esta entrega, la imagineria visual de Columbus
funciona incluso mejor que antes y los efectos digitales son de
lo mejor que ha visto el cine en los últimos años. Todo ello empieza
a sentar las pautas del estilo Potter, con películas densas pero
no aburridas, un tipo de cine que se recrea en las escenas por
encima incluso de una línea argumental sólida y que da algo a
cada espectador acomodado en la sala, sea cual sea su edad.
Poco a poco, Harry Potter se va convirtiendo en
un personaje mítico del mundo del celuloide, tan legendario como
lo fueron en su día E.T. o Indiana Jones, con un poder para atraer
a la audiencia superior incluso al de Darth Vader o Superman.
Tras dos películas, el pequeño aprendiz de mago es ya todo un
icono fílmico. Tras sus gafas redondas, montado en su escoba y
agitando su varita, Harry Potter tiene el secreto del éxito y
parece que le queda magia para rato.
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