Por Manuel
Ortega
Hace un par de años The Blair Witch Project
se convirtió en el producto más rentable de la historia
del cine. Su triunfo de crítica y público hacía previsible que
su secuela o su precuela (la tercera parte va por esos derroteros)
redundara en seguir intentando sacar partido a lo que empezó
como un juego y quedó convertido en un fenómeno sociológico,
en un mito cinematográfico y en una fábrica de vender
productos relacionados con el invento. El libro de sombras
pretende analizar estos tres hechos de forma crítica pero con
la intervención de los padres de la criatura, Sánchez y Myrick,
como productores, una propuesta original e interesante, sin
duda.
Muchas
virtudes adornaban esta primera cinta, sobre todo el intento
y la consecución de alejarse del cine de terror amazacotado
y pueril tan al uso. Esta segunda parte se aleja tanto de las
premisas de la primera, como del slasher contemporáneo convencional
del estilo de Leyenda Urbana 2 o Un
San Valentín de muerte, por poner dos ejemplos de este
mismo año. Y lo hace apelando al espíritu de la primera pero
con modos de la segunda, ya que el acabado formal de la original
no podía repetirse por credibilidad y casi por dignidad y respeto
a la inteligencia del espectador medio.
Las virtudes de la primera residían más en la
capacidad de inquietar y producir miedo (un milagro en el cine
de terror de nuestros días) que en su pretendida innovación
en el terreno formal, áspecto éste, que rozaba el timo de la
estampita en muchos de sus pasajes. Para esta especie de ficción
con ínfulas documentalistas sobre el impacto de una ficción
vendida como documental, nada mejor que contar con un experto
en la materia, Joe Berlinger, que junto a Nick Bloomfield se
erigen en las grandes estrellas del reportaje real norteamericano,
situandose ambos en el ala más reaccionaria de esta disciplina.Este
es su debut en el cine de ficción, y como diría un crítico taurino,
se le ve hechuras.
El tono analítico queda muy bien disuelto en
una trama que nos interesa y que sabe separarse del original,
pero manteniendo el espíritu que la alumbró y consiguiéndonos
asustar en más de un momento (toda la parte de la llegada a
la casa de Jeff y el viaje al pueblo de Kim en busca de cervezas).
Los hechos se van sucediendo y el espectador queda atrapado
en los misterios que acaecen. Por fin un guión que mantiene
el interés y que no acuda al todo vale.
Una pena que al final todo quede explicado con
el uso de un satanismo doméstico y muy poco sutil, que en los
10 últimos minutos todo acabe bien (?) y que le salga a Berlinger
ese tufillo intolerante del que se le acusa. Todo parece una
metáfora sobre las drogas, sobre la incapacidad para distinguir
hechos reales de hechos imaginados, la proliferación de lagunas
mentales colectivas (más que lagunas, océanos), el peligro de
no controlar/se y como decía Taylor Hackford, otro paladín de
la derecha más rancia, en la presentación de Pactar con el
diablo, la prueba palpable de que "si a un hombre le das
la libertad de elegir lo que ha de hacer, va a cometer el mal
en un 99 % de las ocasiones". ¿Sí?
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