Por Carlos
Leal
Enfrentarse a la crítica
de Un San Valentín de muerte es aunque no lo parezca
una tarea compleja, porque la película es mala a muchos
niveles distintos; no sólo en su más que probada
incapacidad para crear suspense o la menor empatía con
los personajes, o en su acabado tosco de apariencia casi amateur,
o en la ridiculez de sus diálogos y personajes estereotípicos.
Pero vayamos por partes.
Su director, Jamie Blanks, autor
también hace tres años de Leyenda urbana,
sigue con precisión milimétrica las normas del género
del terror adolescente, comenzando por la recurrente e innecesaria
referencia cinematográfica (en este caso a Carrie,
de Brian de Palma, una película con bastante más
enjundia), que se queda a medio camino entre el homenaje blasfemo
y la burda parodia.
Y
siguiendo, muy a nuestro pesar de sufridos espectadores, por una
serie de personajes ñoños hasta la médula:
seis chicas de veintitantos años cuyas preocupaciones más
elevadas pasan por vestir a la moda, llamar por sus teléfonos
móviles y acudir a fiestas, aunque pese sobre ellas la
amenaza de una muerte más que segura. Y, para interpretarlas,
qué mejor que un grupo de jóvenes actrices que se
dedican a explotar su físico frente a la cámara,
capitaneadas por Denise Richards (Juegos salvajes).
Pero quizás la peor falta
en la que incurre la película es que su propio planteamiento
elimina todo el suspense. En una breve escena antes incluso de
los títulos de crédito se nos explica que el asesino
es un joven que de niño era ignorado por las chicas, y
que por ese motivo, tras una máscara de cupido, se dispone
a matar a las seis que se negaron a bailar con él en sexto
curso.
Perdida ya de antemano la intriga
sobre quiénes son el asesino y las víctimas, por
qué morirán e incluso cuándo (obviamente,
el día de San Valentín), a Jamie Blanks sólo
le queda recrearse en el cómo, y vaya si lo hace. Los asesinatos
son toda una lección de acción gore, por
más que desde el propio estudio, la Warner, se asegure
que se ha suprimido la mayor parte la violencia.
Una violencia, en todo caso, superficial
y anticlimática, por cuanto que ante unas víctimas
que son apenas estereotipos sexuales es imposible que se produzca
la menor conexión emocional con el espectador; de hecho,
casi resulta más facil simpatizar con el asesino. Y para
colmo de males, en uno de los finales más improbables que
recuerdo últimamente, el director esquiva el lógico
desenlace modelo Scooby Do (levantando la máscara del asesino)
y se saca de la manga una resolución ambigua típica
del género, que anuncia una más que previsible secuela
si la película resulta rentable en taquilla. Dios nos libre.
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