|  Por 
                  Francisco Javier Pulido
  Hace relativamente poco tiempo 
                  se entabló un debate a propósito de los críticos españoles en 
                  un conocido diario. Se argumentaba que parte de los críticos 
                  se encuentran en una difícil encrucijada: apoyar apuestas comerciales 
                  a base de perder integridad o evadirse líricamente en sus críticas 
                  con el riesgo de caer en lo decididamente pedante. O lo que 
                  es lo mismo: el cine que nos llega de Estados Unidos (cuidado, 
                  la película fue durante dos semanas la más taquillera por aquellos 
                  lares) es tan decididamente mediocre que a uno le entra complejo 
                  de profesor progre, el que es demasiado benévolo con el mal 
                  estudiante y pone el listón demasiado alto para el estudiante 
                  de nueve.   Así, 
                  las cosas, ¿qué se puede decir de una película cuyo antecedente 
                  más directo es 60 segundos? Al igual que Destino de 
                  caballero y otras alhajas es A todo gas cine estudiadamente 
                  ensayado para gustar al quinceañero que escucha a Limp Bizkit 
                  y va al cine con mentalidad de PlayStation. De hecho, la película 
                  tiene una inconfundible estética MTV apreciable en los movimientos 
                  de cámara videocliperos y en la búsqueda de lo espectacular 
                  por que sí a todo costa.
 No es para menos. Se trata de una 
                  producción con el sello de autor de Rob Cohen, un tipo que será 
                  recordado para los restos por encabezar las listas de lo peor 
                  de cada año con The Skulls y Daylight, pánico en el 
                  túnel, películas tan increíbles (son imposibles de 
                  creer) como este modelo de no-integridad artística.  ¿La historia? Un descarte 
                  de reality-show tipo "Cops". Se nos cuenta 
                  la historia de Brian, un policía que se infiltra en una pandilla 
                  callejera que se dedica al robo y a hacer de la ciudad una pista 
                  para carreras adrenalíticas de autos. El trabajo de Brian será 
                  ganarse la confianza del jefe de la banda, Dominic Toretto (Vin 
                  Diesel). Sin embargo, se acabará enamorando de su hermana poniendo 
                  en peligro su misión (sic).  Semejante despropósito está servido 
                  por un reparto actoral (un cruce de "Dawson Crece" 
                  y Mad Max) cuyos miembros son serios candidato a ganar 
                  los afamados premios Razzies a las peores interpretaciones. 
                  Sólo Vin Diesel, que alguna manera apuntaba en Pitch Black, 
                  sobresale de la media. Y es que los productores aprenden pronto: 
                  Si llevamos al público a ver una bazofia como esta, ¿para 
                  qué gastarnos el dinero en estrellas como Nicholas Cage o Angelina 
                  Jolie?  Y si ni la historia ni los actores 
                  dan para más, ¿ocurre lo mismo con el guión? Obviamente 
                  sí. Sin embargo, tiene la extraña virtud, al igual que en Cine 
                  de Barrio o las películas de Paul Naschy, de provocar la risa 
                  tonta de lo decididamente estúpido que resulta. Uno no puede 
                  permanecer imposible ante semejante sarta de tópicos macarrones. 
                  Aunque ojo, no es Pearl Harbour. A diferencia del ladrillo 
                  de Michael Bay, no es necesario llevarse la almohada a la sala 
                  de cine pues lo cierto es que A todo gas (algo bueno 
                  debía tener) no deja ni un momento de respiro, consiguiendo 
                  en ocasiones impactos visuales realmente acertados en las carreras 
                  de coches trucados que van sazonando una película que, por cierto, 
                  pese a estar rodeada de tópicos que hablan de violencia y sexo, 
                  ha sido medida al milímetro para obtener la calificación PG-13 
                  de los organismos censores estadounidenses.  Si es de los que disfrutaron de 
                  las partes cafres de Los locos de Cannonball o quiere 
                  quedarse pegado a la butaca durante más de hora y media sin 
                  que ello le suponga ningún remordimiento, ésta es su 
                  película. Si es de los se lo piensan dos veces antes de invertir 
                  900 pesetas, o si simplemente demanda algo más de una producción 
                  que velocidad, explosiones y balas, la cartelera está estos 
                  días repleta de interesantes títulos.  |