Ficha técnica

Entrevista con el director, Francis Veber

 


Salir del armario

Divertida comedia sobre la doble moral

Por Manuel Ortega

El cine francés siempre ha tenido una doble vertiente muy bien delimitada que iba desde el llamado cine de calidad hasta el cine comercial más digno. Del primero me parece un poco repetitivo dar ejemplos, aunque lo que sí habría que tener en cuenta es que ahí es donde podemos encontrarnos lo mejor del cine francés contemporáneo (los últimos Rohmer, Deville, Tavernier y Zonka) y lo peor (engendros ombliguistas del tamaño de Bailar hasta morir de Yolande Zauberman o ¿Qué es la vida? de François Dupeyron).

La segunda vertiente fue un poco ninguneada por la poltica de autores de Cahiers, injustamente sin duda, sobre todo si englobamos allí a maestros como Jacques Becker (su hijo Jean es un digno sucesor) o Clouzot, y a portentosos narradores como Philippe de Brocca, cuya última obra, En guardia, demuestra que sigue vivito y coleando. Francis Veber pertenece sin duda a esta segunda corriente y su olfato comercial lo demuestra película a película.

Aquí se nos presenta con una sátira sobre el mundo del trabajo y la doble moral, un ejemplo de intenciones afiladas sobre el peso de las apariencias y la mentira como fórmula para el triunfo y como único código para comunicarse en ciertos ambientes. François va a ser despedido, cae mal a todo el mundo por no ser demasiado interesante, su ex-mujer lo sustituye, su hijo le ignora. Por consejo de un vecino decide hacerse pasar por homosexual, consiguiendo así la conservación de su empleo, el respeto de sus compañeros, el ascenso en la empresa, la admiración de su hijo, olvidar a su mujer y beneficiarse a su jefa.

Pero no lo consigue por el respeto de la sociedad hacia una opción, sino por la curiosidad ante el "diferente", por protección paternalista ante el "débil" y por miedo a colaborar (con su correspondiente sanción) en la segregación del "marginado". Precisos retazos sobre una sociedad que falsifica su tolerancia bajo la vil mirada hipócrita de lo políticamente correcto. Veber se recrea ahí un ratito, pero pronto da paso a un recorrido por el itinerario de superación (descubrimiento) personal de nuestro protagonista. De la sátira a la fábula. Guarda el hacha y saca el púlpito. Mal panorama.

Lo que pasa es que sigue teniendo su gracia ese guión irregular, con escenas y diálogos que sobran, con situaciones apegadas demasiado al vodevil, con personajes que entorpecen la narración. Y lo que pasa también es que los actores franceses suelen ser muy buenos y aquí hay ejemplos para dar y regalar. Auteil demuestra que es tan grande en la comedia como en el drama, Depardieu sabe entrar bien en la caricatura sin sobrepasarse en su caracterización, Jean Rochefort y Michel Aumont están inmensos, Lhermitte eficiente como siempre...Y en este elenco de grandes actores masculinos destaca una maravillosa Michele Laroque que sabe enfrentarse a ellos sin encogerse lo más mínimo.

Todo ello hace que esta comedia lineal, cargada de loables intenciones resueltas de forma demasiado superficial (lo mismo que le ocurría a la anterior película de su director La cena de los idiotas), tópica, reiterativa y pelín moralista, sea recomendable para pasar el buen rato que yo pasé.

   

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