Por Alejandro
del Pino
Es imposible desligar el texto
del contexto. Al menos, yo no puedo. Soy incapaz de elaborar una
crítica de una película como El viaje de Arián,
que se adentra con valentía y sin maniqueísmos en
el interior de un comando de ETA, y olvidar que tan sólo
hace unas horas la banda independentista vasca ha cometido su
último atentado. Pero creo que es más improductivo
(y peligroso) dejar que la inmediatez del contexto nos ciegue
ante el texto, nos empuje a una interpretación puramente
emocional, a esa beligerancia activa que el pensamiento único
mediático y político exigen en el tratamiento de
determinados temas.
La
mejor virtud de El Viaje de Arián es precisamente
que esquiva conscientemente cualquier interpretación maniquea
de un conflicto tan complejo como el que sufre Euskadi. El catalán
Eduard Bosch en su debut como director de largometrajes, ha conseguido
tejer con este film una emocionante historia de amor y destrucción,
en la que una joven idealista y un tanto ingenua (Arián,
interpretada por Ingrid Rubio) emprende un suicida viaje iniciático
desde el activismo político en Jarrai a la integración
en un comando de la banda armada ETA.
Eduard Bosch muestra con una mirada
más descriptiva que valorativa, las razones y sinrazones,
las expectativas y las inercias, que motivan a los distintos miembros
del comando terrorista. La cercanía del conflicto ayuda
al espectador español a percibir con más fuerza
la tensión ambiental en la que se ven inmersos los protagonistas,
pero en cualquier caso los problemas morales a los que se enfrentan
y las relaciones que establecen entre ellos tienen validez universal.
Al
margen del delicado tema que aborda, desde un punto de vista estrictamente
cinematográfico El viaje de Arián tiene demasiadas
imprecisiones técnicas y estéticas que siendo benévolos,
pueden ser achacables a la inexperiencia del director. La construcción
de los personajes es tosca y plana, y la excesiva ingenuidad e
inocencia con la que se retrata a la protagonista hace que disminuya
su enorme potencial dramático. La recreación y resolución
de ciertas situaciones son demasiado inverosímiles, y con
frecuencia los comportamientos de los personajes están
poco justificados desde una perspectiva de lógica narrativa.
Hay, no obstante, algunos aciertos
dignos de reseñar. Bosch es capaz de mantener la tensión
desde el primer momento y trasmite la sensación de violencia
y de terror sin necesidad de recurrir a imágenes sangrientas
ni a escenas explícitas. Uno de los principales hallazgos
del film es la utilización de música de Vivaldi
como banda sonora de las escenas de acción más frenética,
a modo de hermoso contrapunto que aunque no supone ninguna novedad
como recurso estilístico (un ejemplo clásico sería
La Naranja Mecánica) refuerza la ambigüedad
y perplejidad que siente el espectador ante los personajes y sus
acciones.
El viaje de Arián
-que supone la continuación y ampliación de un mediometraje
con el mismo título que el realizador catalán rodó
en 1995- está protagonizada por la citada Ingrid Rubio,
Silvia Munt, Abel Folk (que ya participó en el mediometraje
de Bosch) y Laia Marrull. Ingrid Rubio consigue dar credibilidad
al proceso de cambio que experimenta Arián, aunque quizás
le falte una pizca de intuición interpretativa que hubiera
contribuido a hacer un poco menos trasparente su personaje. Abel
Folk y Laia Marrull dan un toque personal a sus personajes, cumpliendo
sin brillar en sus papeles secundarios. Y por encima de todos
ellos, destaca Silvia Munt que muestra su madurez como actriz
encarnando con tanta elegancia como convicción a una veterana
terrorista cuya "profesionalidad" está por encima
de sus sentimientos.
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