Por
Manuel Ortega
Si repasamos la trayectoria cinematográfica de
Alex de la Iglesia no nos costara ver que la progresión de su
cine ha sido irregular y no del todo satisfactoria. Desde aquella
bocanada de pútrido aire fresco que fue Acción Mutante
hasta estas 800 balas hay un camino de estilización y reafirmación
a partes iguales que si no se contradicen al menos sí se solapan.
Aquel grupo de tullidos revolucionarios, rebeldes, subversivos,
armados y peligrosos encuentran su correlato en este grupo de
freaks encerrados en un pasado al que la mayoría ni siquiera pertenecieron,
borrachos, divertidos y al final todo lo de los anteriores: revolucionarios,
rebeldes, subversivos, armados y peligrosos. Pero Ramón Yarritu
era un desheredado que no estaba dispuesto a dar herencia ni a
los suyos, por eso los traiciona y los aniquila. Julián Torralba
trata a sus correligionarios con un desdén parecido durante la
mayoría de la película, pero todos sabemos que es diferente, él
es un desheredado que quiere donar toda su miseria a su trouppe,
miseria que no es tal porque está compuesta del mismo material
que aquello que buscaba Sam Spade en aquella enrevesada historia.
Alex
de la Iglesia es un poco Julián Torralba y un poco su nieto: esa
mezcla de cinefilia compulsiva que le embarga y esa posibilidad
de hacer realidad los sueños de estar dentro. Y por eso viene
este homenaje al spaghetti western aun reconociéndose más
influenciado por los clásicos americanos (sólo hay que ver la
escena de apertura para darnos cuenta) que por los comunitarios.
Lo que pasa es que la irregularidad mostrada en su carrera se
puede percibir en una sola película ya que vemos lo mejor y lo
peor condensado en una pieza. Sus rasgos de autoría se siguen
basando tanto en lo bueno como en lo malo. En lo bueno, ese sentido
casi epidérmico de la imagen, la solvencia para rodar cualquier
escena de acción, las ganas de disentir, de insistir en su imaginario,
la modestia del que sabe lo que cuesta llegar y cual es su importancia
(en esto me recuerda a, el también "antipático" y "mimado"para
muchos, Amenabar). En lo malo, esas concesiones al freakie patrio
y casposo que parecen obligatorias en su producción, ciertas irregularidades
en el ritmo, soluciones facilonas de guión o guiños demasiado
obvios y casi de amateur (los dos minutos finales podrían haber
sido sacado de cualquier cortometraje en vídeo)
La interpretación de los actores también se ve
marcada por esa dicotomía que reporta y aporta dicha irregularidad.
Mientras que Sancho Gracia y Ángel de Andrés López están inconmensurables
en sus papeles de sheriff y antagonista de western de baratillo
y el elenco de especialistas (stunt men en estos tiempos de globalización)
se dedican a robar escenas cada vez que aparecen (mención especial
para Eduardo Gómez y Manolo Tallafé, el ahorcado y el gaditano
que se cree abertzale, respectivamente) todo los personajes referentes
a la familia del niño flaquean no sabemos si por lo estereotipado
de sus roles o por la desgana de actores de la talla de Carmen
Maura, Eusebio Poncela o Terele Pávez en unos papeles desagradecidos
y antipáticos en comparación con los anteriormente reseñados.
De la Iglesia en su sexta película tampoco encuentra
la perfección. Empezamos a pensar que no la busca.
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