"Cuando vi por primera vez el guión,
el título me pareció un chiste de una línea;
después descubrí que era un chiste de cien páginas".
El que así habla es John Malkovich, y el guión al
que se refiere no es otro que el de Cómo ser John Malkovich,
filme en el que John Cusack y Cameron Díaz se hacen temporalmente
con los mandos de este gran actor, controlando sus actos.
Sin
embargo, en la realidad nadie ha guiado nunca los pasos de John
Malkovich, porque él siempre ha tenido muy claras sus propias
decisiones. Así, ha combinado las grandes producciones
con las películas minoritarias, el cine estadounidense
con el europeo, los papeles principales con los secundarios. Todo
ello trabajando con los mejores directores del cine actual y sin
perder un ápice de popularidad y prestigio. Al fin y al
cabo, ¿qué actor no querría estar en la piel
de John Malkovich?
Su independencia se forjó ya en su época
universitaria, cuando el joven John Malkovich daba sus primeros
pasos en la interpretación en su Illinois natal. Mientras
trataba de abrirse camino en el mundo del teatro en Chicago, aceptó
todo tipo de trabajos, desde guardabosques a encargado de una
librería. Cansado de esperar una oportunidad, fundó
junto al también actor Gary Sinise la compañía
Steppenwolf Theatre, allá por 1976, donde ejerció
de actor y director.
Dos obras de teatro le hicieron un nombre a principios
de los 80. La primera fue True West, de Sam Sheppard, por la que
estuvo nominado a los prestigiosos Tonys. La segunda, el clásico
montaje de La muerte de un viajante, junto a Dustin Hoffman,
que supuso un inmenso éxito en Broadway y fue filmado posteriormente
por Volker Schlöndorff en la que es la versión cinematográfica
más popular del drama de Arthur Miller.
Con esos precedentes, era sólo cuestión
de tiempo que el cine se fijara en él. La oportunidad le
llegó por partida doble en 1984, cuando participó
en Los campos del infierno, de Roland Joffe, y En un
lugar del corazón, de Robert Benton, que le valió
una nominación al Oscar al mejor actor secundario.
En todo caso, hasta cuatro años después
el público apenas reparó en él. En 1988 interpretó
al vizconde de Valmont en Las amistades peligrosas, de
Stephen Frears, junto a Michelle Pfeifer, Glenn Close y unos jovencísimos
Keanu Reeves y Uma Thurman. Este papel, escrito casi a su medida
dos siglos atrás por Choderlos de Laclos, le hizo enormemente
popular en todo el mundo y le permitió escoger mejor sus
trabajos.
Quedaban
atrás años en los que hizo películas como
Fabricando al hombre perfecto; John Malkovich empezó
a trabajar con algunos de los más prestigiosos directores
del cine mundial. Así, ha estado a las órdenes,
entre otros, de Steven Spielberg en El imperio del sol,
de Bernardo Bertolucci en El cielo protector, de Michelangelo
Antonioni y Wim Wenders en Más allá de las nubes,
de Woody Allen en Sombras y niebla, de Manoel de Oliveira
en El convento y de Clint Eastwood en En la línea
de fuego, en un papel de psicópata que le proporcionó
su segunda nominación a los Oscar.
Al mismo tiempo, no ha descuidado los papeles "alimenticios",
y así se le ha visto también en películas
comerciales como Con Air, Rounders, Jennifer 8 o
Mary Reilly. Incluso se ha permitido alguna escapada al
mundo del teatro, para protagonizar, por ejemplo, States of
shock, de Sam Shepard.
Una trayectoria, en definitiva, tremendamente
independiente que le convierte en un actor singular en el panorama
cinematográfico actual, tan propenso a encasillar a sus
estrellas en unos roles determinados. Ahora, tras interpretar
a Murnau en La
sombra del vampiro, de E. Elias Mehridge, regresa a nuestras
pantallas con Vuelvo a casa, su segunda
colaboración con el portugués Manoel de Oliveira,
que se presenta en estos días en el Festival de San Sebastián
y pronto llegará a nuestras pantallas.
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