El fin de una saga

Por Pablo Matilla

1999 iba a ser el año de Star Wars. El regreso de los episodios galácticos era quizás el único placebo para esa enfermedad que es la cinefilia friki. Sin embargo, tres fueron las sorpresas de aquel año. La aparición de dos directores para el siglo XXI, Sam Mendes y M. Night Shyamalan, y el nacimiento de una nueva saga. Matrix irrumpió en el panorama cinematográfico con terrible fuerza y hasta sucesos de repercusión, como los asesinatos en el instituto Columbine, buscaron culpar a esta película, y el cambio generacional quedó claro en los Oscar: Matrix 4: La amenaza fantasma 0.

Los duelos entre Neo y el agente Smith jamás volverán a verse en las pantallas y quedarán en la memoria colectiva, a no ser que la llamada del dólar se haga sonar. Si es así, los hermanos Wachoski tendrán la oportunidad de remendar los errores cometidos. Las prisas se perciben principalmente en unos guiones poco pulidos, con información condensada y poco relevante para la trama principal, en especial en Matrix Reloaded.

La innecesaria subtrama de El Francés o los delirantes paralelismos con el mundo de la informática quedan a un lado en la primera parte de Matrix Revolutions y dejan paso a la épica batalla tan esperada entre humanos y máquinas. Si la pelea entre el agente Smith y Neo en Matrix Reloaded se estiró hasta la extenuación, esta guerra magna podría haber llenado todo el metraje, y no sólo de la tercera, sino también de la innecesaria segunda.

Matrix Revolutions pone fin a ese sueño. Un final amargo que no termina de concluir ni responder a las preguntas planteadas. Y es que la primera nos introdujo a un nuevo mundo, la segunda nos sacó de él y la tercera deja, por decirlo de algún modo, con la miel en los labios. Una miel en forma de acción trepidante y de épica religiosa. La cruzada de Neo contra las máquinas es tan universal que podría dar para mil entregas, pero un final a la altura no es tan fácil y Matrix Revolutions no lo tiene.

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