Cría actores y échate a dormir
Por
Sergio Vargas
Es un hecho
evidente, el biopic está de moda. Los hay encubiertos, como
Velvet Goldmine, Ciudadano Kane
o, según dicen, Last Days (aunque algunos lo niegan rotundamente,
al parecer lo nuevo de Van Sant tiene bastante que ver con Kurt Cobain)
y los hay descubiertos, como Camarón. Los hay en formato de
superproducción, como El aviador, y los hay más modestos, como
Frida. Los hay sobre personajes ya fallecidos, como los recientes
Ray o En la cuerda floja, y el propio Truman Capote
que ocupa estas líneas, y los hay sobre leyendas que aún permanecen
con nosotros, es el caso de Ali
y Volando voy. Los hay también geniales, como Ed Wood,
Toro salvaje o El hombre elefante, y los hay mediocres, pero
de esto no daré nombres, porque es de mal gusto, y porque arriba ya
he dado más de uno.
Deberemos encuadrar
el debut en la dirección de Bennett Miller en este género tan variopinto.
El guión de Dan Futterman, que toma como punto de partida la biografía
de Truman Capote escrita por Gerald Clarke, centra exclusivamente su
punto de mira en la época de la vida del autor en la que escribió
su novela más popular, A sangre fría, convirtiéndose así
no sólo en el retrato de la vida del personaje, sino sobre todo en
la reconstrucción de un proceso creativo del mismo modo que Cronenberg
hiciese con El almuerzo desnudo
de William S. Burroughs, y, por supuesto, salvando las distancias, pues
el film del canadiense era algo mucho más complejo que un mero retrato
reconstructivo.
A pesar de
que la película ha cosechado ya varios premios y es una seria candidata
a los oscar de este año, amén de la gran campaña publicitaria que
la soporta y el oportunismo de estrenarla en el ochenta aniversario
del nacimiento del escritor (creo que no me dejo nada), hemos de tener
en cuenta la forma en que Miller huye de los lugares comunes en la medida
de lo posible, eludiendo el espectáculo grandilocuente y vacuo muchas
veces característico de este tipo de producciones, y abogando por la
contención que se traduce en una discreta puesta en escena que puede
permitirse mientras deja hacer a sus intérpretes, sin miedo de los
largos planos-contraplanos (los diálogos entre Capote y Harper Lee
—Catherine Keener— y sobre todo los que el escritor mantiene con
el asesino Perry Smith —Clifton Collins Jr.) que se sostienen merced
a un reparto impagable. Esta contención formal y emocional es, sin
embargo, interrumpida de forma brusca en dos momentos puntuales: cuando
Perry está relatando el asesinato de los Clutter, en el que se nos
introduce mediante un flashback
en sus vívidos recuerdos, pero de una forma fría y cruda, de modo
que a pesar de la dureza de las imágenes se mantiene la contención
a nivel formal. Algo parecido ocurre cuando se nos convierte en testigos
del ahorcamiento del criminal, cuya respiración justo antes del fatídico
momento transmite una angustia bastante incómoda al espectador, probablemente
similar a la mezcla de sentimientos que se daría en el protagonista,
debatiéndose entre la tristeza por la pérdida y la alegría por poder
publicar, finalmente, su revolucionaria novela.
Parte del secreto
de esta contención se halla también en la música, una discreta y
efectiva partitura del curtido Mychael Danna, impensable por ejemplo
en los biopics basados en la vida de músicos,
más proclives a compartir su banda sonora con los greatest hits
del homenajeado en cuestión, que a veces casi se encargan de imponer
un ritmo en ocasiones inadecuado, cometiendo el error de construir la
secuencia en base a la música (algo que se puede hacer en determinadas
ocasiones muy concretas, y solo por manos expertas) en lugar de a la
inversa.
Philip Seymour
Hoffman, con la desmesura que caracteriza a casi cualquier seria candidatura
a un oscar de interpretación, hace suyos el peculiar timbre vocal y
los amanerados ademanes del escritor, y nos retrata a un Capote tal
y como dicen que era los que lo conocieron, muy amigo de sus amigos,
pero perfectamente capaz de traicionarlos y de aprovecharse de ellos
(esto se ejemplifica perfectamente en su relación con Perry, describiéndose
simplemente mediante los diálogos y las interpretaciones de ambos actores
la amistad que les une, y como a la vez Truman le miente sobre lo que
está escribiendo, nutriéndose además de la relación para avanzar
en su novela), y también muy pagado de sí mismo (aunque no hubiera
podido alimentar su ego sin la inestimable ayuda de los difícilmente
eludibles satélites que surgen al lado de los genios excéntricos como
él). Pero nadie es perfecto, y el podía permitirse ese ego porque
sabía perfectamente que era uno de los mejores escritores americanos
del siglo XX, y eso no lo pondrá en duda quien haya leído sus obras
(el prólogo de Música de camaleones
es bastante significativo respecto a lo que para él significaba el
arte de la escritura), cuya lectura e incluso relectura siempre recomendaré
como la mejor forma de acercarse al autor antes que ver una película
como esta, tal vez (o tal vez no) innecesaria desde el momento en que
existen esas novelas. Y por encima de la media en cuanto al biopic
se refiere, eso no lo niego, a pesar de tratarse de lo que muchas veces
suele denominarse como “una película de actores”.
Ayer me comentaba
un amigo que escuchó en la radio, hará cosa de un mes, que había
muerto el gran Isaac Hayes. Después de lamentarlo profundamente, de
escuchar una vez más los inconmensurables Hot Buttered Soul
y Black Moses y de no extrañame lo más mínimo de no haberme
enterado a través de los medios de incomunicación, hoy he descubierto
que mi amigo tiene un problema auditivo o la radio mentía, pues Hayes
vive, colea e incluso va a sacar un nuevo disco, aunque sea recopilatorio.
Espero no tener que enterarme de su fallecimiento (ojalá que lejano)
porque Ron Howard dirija una película con Jamie Foxx de protagonista,
y que cuando su hora llegue, le dejen descansar tranquilo y en paz.
Aunque claro, si dirigiese John Carpenter y el protagonista fuese Ice
Cube, o Forest Whitaker, se puede uno sacrificar e ir al cine, incluso
ilusionado. Y si hacen la película cuando aún esté vivo, pues miel
sobre hojuelas.
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