En busca del hogar
Por
Carlos Aguilar Sambricio
Munich es la película emocionalmente más devastadora de Spielberg hasta la fecha. En los últimos años, estamos teniendo la oportunidad y la suerte de presenciar la madurez de uno de los cineastas de mayor talento, de disfrutar de su progresiva toma de conciencia en varias de las complejas cuestiones que forman parte de la naturaleza humana. En esta ocasión, quizás su más arriesgada y valiente propuesta, vuelve a reflejar un mundo en cuarentena mediante un tono sobrio y distante. Un mundo desamparado en el que, a diferencia de lo que se ha comentado, sí se posiciona. Lo hace en contra de las insensateces de ambos bandos. No puede haber mejor prueba en cuanto a la audacia y la independencia de su mensaje que la oposición de judíos y palestinos.
La película cuenta la historia de la operación revanchista israelí ‘Cólera de Dios’ para castigar el atentado del grupo extremista ‘Septiembre Negro’ en las Juegos Olímpicos de Munich. El comando de cinco personas que protagoniza la película se convierte en una marioneta asesina del poder. Está compuesto por gente que pasa de desactivar bombas y proteger civiles a fabricar artefactos explosivos y acabar con los supuestos cerebros de la matanza. De este modo, está justificado que alguno de ellos tenga sus dudas acerca de la legitimidad de lo que están haciendo y ayuda a que el espectador tome parte de esa disyuntiva. Sin satanizar ni manipular a los personajes ni a sus ideas.
Con una lograda estética setentera, Spielberg consigue salir victorioso de la tarea de filmar uno de los guiones más complejos y brillantes que ha tenido entre manos. El montaje marca una tensión que recuerda a los thrillers de Hitchcock o a los ‘Padrinos’ de Coppola y la película transita de la paradójica confusión que reflejan los medios de comunicación al calculado y frío retrato de cada una de las vendettas. Montaje en el que hay que destacar la brillante decisión de dosificar el ataque palestino durante toda la película mediante flashbacks que pretenden equiparar la crueldad de ambos hechos (especial mención para el que realiza en la ventanilla de un avión o para el orgásmico y alterno montaje de la parte final).
Munich respira un aire casi nihilista. La corrupción de gobiernos e ideologías parecen hacerle creer a Spielberg en la familia como único reducto posible de supervivencia dentro de un mundo desalmado y sin escrúpulos que a los aficionados al género negro les podrá recordar a Dashiell Hammett. El protagonista interpretado por Eric Bana, Avner, intenta aplacar sus dudas avanzando en su misión, escapando de ese modo del infierno en el que se ha metido. Es un fugitivo, como otros de los personajes que últimamente nos presenta el cineasta, pero de sí mismo, de lo que hace. Se establece, además, un irónico paralelismo entre la búsqueda del hogar de su familia y la de los bandos políticos. “El hogar siempre sale caro”, se llega a decir en un momento.
En un contexto donde, como dice Avner, sólo cabe insensibilizarse, Spielberg y los guionistas abogan por la concordia, por una ‘música’ que agrade y haga entenderse a las dos partes. Sin embargo, el mensaje que sacamos en claro no puede ser más desalentador.
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