Una película de transición
Por
David Sanz
Decía un viejo dicho en Hollywood que con un mal guión ni el mejor director podría hacer una buena película. En este caso, no es el director el que podría salvar esta segunda parte de Piratas del Caribe, sino un actor: Johnny Depp. Cuando el personaje que interpreta, el capitán Sparrow, desaparece de la pantalla, también desaparece el interés por mantener los ojos abiertos. Este pirata amanerado, sin escrúpulos, divertido, que nunca pierde la compostura ni el buen humor aunque esté a punto de perder la vida es, sin duda, lo mejor de Piratas del Caribe: el Cofre del Hombre Muerto. Pero una buena interpretación no es suficiente para salvar una película.
En realidad, parece que los productores han ideado El Cofre del Hombre Muerto como un puente entre la primera parte y la inevitable tercera parte donde esperamos que se resuelvan de una vez las aventuras del capitán Jack Sparrow. Si en la primera parte había golpes de humor ingeniosos, en la segunda son todos previsibles; si en la otra la trama tenía interés, en ésta naufraga, inconsistente y aleatoria, quedándose como una mera excusa para llevarnos a la siguiente lucha de espadas. Y, al cabo, sólo una de ellas posee cierta originalidad: tres espadachines sobre una gran rueda que gira hacia un acantilado. Cualquier objeto que los protagonistas ansían puede surgir de la nada, cualquier personaje del pasado o del futuro puede aparecer en el momento más oportuno.
La película recoge la leyenda del Holandés Errante, capitán que vendió su alma al diablo a cambio de cruzar el Cabo de Buena Esperanza en mitad de una indomable tormenta. Pero transforma esa lucha contra los elementos y contra Dios, lucha de puro orgullo humano, en una historia de amor no correspondido. Ese buque maldito, con capacidad de sumergirse, con un monstruo terrible guardado en sus entrañas, repleto de marineros atrapados hasta la eternidad o hasta que se rompa la maldición, es al que finalmente acuden todos los personajes en busca de lo que más quieren: puede ser un cofre con un tesoro dentro, puede ser la persona amada, puede ser una patente de corso. Precisamente el diseño y la caracterización del capitán del buque “El Holandés Errante” y de su tripulación es de una creatividad que se agradece: cabezas que se han transformado en criaturas marinas después de tanto tiempo bajo el agua salada y cuerpos revestidos de crustáceos como si fueran rocas del fondo marino.
Sólo queda esperar la tercera parte, donde las aventuras se resolverán de manera bastante previsible después de lo visto, y donde esperemos que se sume algún aliciente más a la original actuación de Johnny Depp.
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