El efecto Torrente
Por
Pablo Matilla
Dos tipos duros es la historia de
Paco (Antonio Resines), un matón a sueldo venido a
menos que, por problemas de deudas, debe aceptar como aprendiz
al patoso sobrino (Jordi Vilches) de un mafioso a lo Don Corleone
(Manuel Alexandre). Juntos llevarán a cabo el encargo
de secuestrar a una carnicera (Rosa María Sardá).
Juan
Martínez Moreno debuta con esta comedia que ganó
el Premio del público en el último Festival
de Málaga y reconoce cierta influencia de los hermanos
Coen y Tarantino (la película está llena de
violencia desmesurada y amputaciones corporales, eso sí,
siempre con pretensiones humorísticas). También
reconoce que en verdad quería debutar con otro guión,
lo cual no es de extrañar, pero que el productor, que
firma el argumento, le sugirió que hiciese ésta.
Para los que dudaban de si existía industria
española del cine, Dos tipos duros demuestra
que sí que la hay. Porque una película que nace
como un encargo del productor y que en palabras textuales
de su debutante director no tiene otra pretensión que
entretener se debe considerar un producto de mercado. ¿Esto
significa que estamos a la altura de Hollywood? ¿Que
podemos hacer mecánicamente películas malas
con argumentos malos? Parece que sí.
El pasado 27 de mayo, Antonio Saura, productor
de Dos tipos duros, explicaba con sabiduría
en el Cine Cataluña de Tarrasa cuál era el proceso
a seguir para que una subvención que no debe cubrir
más que un porcentaje pequeño de la financiación
lo abarcase casi en su totalidad. Si con este tipo de triquiñuela
se han podido producir películas como Rencor o
En la ciudad sin límites, bienvenidas sean,
ya que el cine español está falto de calidad.
Pero nunca para impregnar basura en celuloide. El cine español
no es lucrativo, lo sabe todo el mundo, así que cualquier
esfuerzo por sacar un proyecto adelante debería tener
una intención más artística que económica,
ya que por lo que se demuestra, los ingresos vendrán,
de uno u otro modo, de las arcas del estado.
Dos tipos duros nace de los efectos
secundarios que ha dejado el fenómeno Torrente en los
productores españoles, que parecen ver en la zafiedad
algún tipo de filón que sólo Santiago
Segura llegó a disfrutar. Nace también de la
ilusión del eterno ayudante de dirección al
que le ofrecen por fin dirigir, aunque no precisamente lo
que él quería, y nace sobre todo del maravilloso
plantel de actores del que gozamos en este país, los
cuales, a falta de proyectos de calidad, aceptan películas
como ésta, porque hay hipotecas que pagar.
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