Buen cine de aventuras
Por
Pablo Vázquez
La esperada adaptación de la novela gráfica escrita por Alan Moore e ilustrada por Kevin O´Neill afortunadamente, es tal como nos esperábamos. No es la trágica e irónica reflexión circunspecta planteada en el cómic en torno a la naturaleza de los mitos, pero sí una disfrutable película de aventuras que reduce sus elementos y citas para servir hora y media de pirotecnia gratuita y exorcismos personales. No es un refrito pagado de sí mismo y subordinado de sus personajes (héroes y demonios de la novela victoriana, salvando a Tom Sawyer), sino una película libre capaz de extraer magia y emoción de lo bueno conocido, dejando incluso un halo de nostalgia que, finalmente, no se encuentra tan alejado de las intenciones lacónicas y críticas del universo Moore.
Lo de menos, en este caso, es la previsible trama del malvado contra el grupo de superhéroes, los puntos de giro servidos en forma de falsas culpabilidades y previsibles trampas que el aficionado al género aventurero ya se debe conocer al dedillo. Aquí lo que cuenta es esta pandilla de hombres extraordinarios, cada uno con una trama/trauma personal perfectamente equilibrado (imposible evitar abrir un paréntesis que destaque a Mina Harker y a Dorian Gray) y expuesto sin subrayados, con justa sabiduría narrativa; sus interacciones simbióticas o parasitarias y su comportamiento en unas escenas de acción atropelladas, siempre al borde del ridículo y punteadas por algunas de las punchlines más psicotrónicas y sonrojantes del cine reciente. Y ante todo, queda ese formidable elenco actoral, con Connery a la cabeza, para darle vida con complicidad y carisma.
En fin, que la reunión apocalíptica de todos estos personajes sólo podía derivar en lo que de hecho es esta liga de hombres extraordinarios: una perfecta película de media tarde, ligera, blandita, ágil y portentosamente entretenida. Y tal vez la mejor noticia de todas sea que con ella, el siempre eficaz Stephen Norrigton parece estar dispuesto a ocupar el papel del Robert Zemeckis de los ochenta y el John McTiernan de los noventa. Hacía falta el relevo, sin duda.
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