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Kill Bill vol. 1

Título

 Kill Bill vol. 1

Título original
Kill Bill: Vol. 1
Dirección
Quentin Tarantino
Intérpretes
Uma Thurman
Lucy Liu
Vivica A. Fox
Daryl Hannah
David Carradine
Año
2003
Guión
Quentin Tarantino
Uma Thurman

 

Tarantino is back

Por Carlos Leal

Han pasado ya siete años desde que Quentin Tarantino se dejó caer por última vez por nuestras pantallas con Jackie Brown, y lo cierto es que le echábamos de menos. Él se defendía diciendo que ya ha ganado todo el dinero que necesita para vivir cómodamente el resto de su vida, que a partir de ahora sólo va a hacer las películas que le de la gana, con quien le de la gana y al ritmo que le de la gana. Y de eso es exactamente de lo que trata su nuevo trabajo.

Kill Bill vol. 1 es la obra de un virtuoso, de un director con un talento visual sobresaliente y sin ningún miedo a explotarlo. Siete años después, nos reencontramos con Tarantino en plenitud de facultades, con su endiablado sentido del ritmo y su visión cinematográfica compleja y barroca. Su nueva película contiene todos los trucos y recursos que, digamos, Lasse Halström jamás se atrevería a utilizar: cámara lenta, voz en off, tomas en blanco y negro, intertítulos, saltos temporales e incluso una larga secuencia en anime en la que se narra una de las partes más escabrosas de la historia.

La anécdota argumental que sustenta Kill Bill es tan simple como efectiva: Una asesina profesional despierta del coma cinco años después de que su antiguo jefe y sus compañeros del comando DIVAS irrumpieran en su boda y asesinaran a todos los presentes, dejándola a ella por muerta. Como en toda buena película de artes marciales, el motor de la historia es la venganza, ese plato que según reza el viejo proverbio de Klingon (o Choderlos de Laclos, según se prefiera) se sirve mejor frío.

En todo caso, es inútil pedirle al argumento de Kill Bill cosas tales como profundidad, coherencia o lógica. La película se desarrolla en un universo cinematográfico paralelo, que no funciona según las reglas de la realidad sino de la referencialidad. Sólo así se explica que La Novia luche el combate final con el mismo traje amarillo y negro que lucía Bruce Lee en El juego de la muerte (1978), que Daryl Hannah silbe por el pasillo del hospital la misma melodía que el protagonista de Nervios rotos (1968), o que Sonny Chiba le repita a Uma Thurman al entregarle su katana la misma frase que pronunció en La reencarnación del samurai (1981): “Si Dios se cruza en tu camino, Dios será cortado en dos”. Y es que Kill Bill es al cine oriental de artes marciales lo que Pulp Fiction al cine negro o Jackie Brown a la blaxploitation: un pastiche multicultural lleno de referencias y guiños cómplices, el elaborado fruto de toda una infancia y juventud dedicadas a devorar películas de serie B en un cine de barrio.

De hecho, la única experiencia cinematográfica comparable a ver en el cine la nueva película de Quentin Tarantino que recuerdo se remonta a cuando, de niño, me tragaba todas las películas de kung fu que pasaban por televisión. No me engaño, Kill Bill es una película mucho más compleja, hábil e inteligente. La emoción es la misma.

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